Hay días memorables, que se convierten en insólitos porque alguien amigo pone un libro en tus manos. Es el caso. Miguel Ángel Aguirre Borrallo, periodista, director de empresas de comunicación, de raíces murcianas por ser hijo de José Francisco Aguirre, aquel pintor e ilustrador magnífico, paisano, de Abc y Blanco y Negro, padre de una numerosa prole que habitaban una casa colmena del Madrid castizo, en la Plaza de Cascorro y no como yo mismo he escrito mucho, en Callao, arrastrando errores publicados. El libro es una edición de bolsillo, fácil a primera vista de consumir. Su título, Tribulaciones de un directivo en paro, con estupendas ilustraciones de José Luis Martín de Vidales, prólogo de Santiago Álvarez de Mon y editado por LoQueNoExiste e interpretado en su papel protagonista por Watson, un seudónimo del propio autor, que nos cuenta una autoperipecia laboral, en principio transitoria pero inquietante, y su forma de resolverla en positivo.

Yo no he sido, y continúo en la idea fija, muy amigo de los libros de autoayuda; este que me sorbo de un trago no lo es y por eso, por su contenido lleno de buen humor y de reflexiones que hacen ver el vaso medio lleno, por su utilidad inteligente, por la sabiduría con la que el escritor aborda el trance personal, lo consumo subrayando (algo también nuevo en mí).

Aguirre, en un momento profesional impredecible, agarra un bagaje útil de sus autores maestros en Filosofía, y se marcha a la orilla del mar un tiempo a mirar y escudriñar el horizonte. El resultado de la introversión personal es el libro que tengo en mis manos, que llevo el último día en mi cerebro lector, en mi consuelo de posible trabajador en paro. Aunque siempre nos quedará la pintura.

Watson tiene más de cuarenta años y es un exdirectivo de una multinacional española; acaba de salir forzosamente de lo que tan de moda está en llamar la zona de confort (confort relativo, a veces) y está dispuesto a compartir la experiencia desde el extremo irrompible de la cuerda; le vienen a ayudar en la misión sus valores irrenunciables como «la confianza, el agradecimiento, la ilusión, la esperanza o camaradería? principios que hoy, más que nunca, deben guiar nuestro comportamiento», confiesa; yo añadiría por mi cuenta la fraternidad para combatir al gran enemigo: «el cambio, la derrota, la oportunidad, el reto o el fracaso».

Me identifico con las reflexiones de Aguirre, con sus referencias al amateurismo tan injustamente tratado en general, con la valoración que hace de la confianza y su concepto del tiempo o la paciencia. «La confianza ahorra tiempo a la empresa. La confianza significa velocidad, y, por el contrario, la desconfianza es pérdida de tiempo?». De vez en cuando alguien mira el horizonte y trata de explicar una nueva sorpresa. Hay escritores que nos tienen pendientes con el gesto de iluminar un vuelo, una tarde, un pájaro, una muchacha, una flor. Es lo que pasa con Miguel Ángel Aguirre.