Hice en una entrevista la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, que para conseguir cosas siendo mujer cuando te reúnes con hombres, a veces «hay que hacerse la rubia», que es algo así como hacerse la tonta, lo que ha provocado el cabreo, no solo de las pobres rubias que deben estar hasta el moño de que se vincule el color de pelo con el coeficiente intelectual, sino de los colectivos feministas. Es obvio que simular que no nos enteramos de nada no va a ayudarnos a conseguir una igualdad real entre sexos, aunque hay que reconocer que a veces la tentación de pasar por bobitas es enorme. ¿O qué me dicen de toda la colección de esposas de imputados, investigados y chorizos varios que han optado por simular ser tontas del bote para eludir la cárcel con Cristina de Borbón a la cabeza?

Pero no hace falta una amenaza de acabar entre rejas para que alguna parezca más simple que el mecanismo de un chupete aunque tenga una cátedra o hable cinco idiomas. A más de una periodista recién salida de la facultad he visto yo conseguir más información de una fuente haciéndose la tonta que a otros curtidos compañeros y, viendo algún que otro programa de televisión en el que las mujeres seguimos apareciendo como pastelitos, no hay duda de que, aunque no nos guste un pelo, los mohínes, las gracietas y la falsa ingenuidad siguen dando resultados, y no solo para entrar gratis en la discoteca o para que te inviten a una copa; que también. Yo misma y a riesgo de que me pongan a parir, confieso que el otro día me paró la policía porque me salté un semáforo en rojo y me convertí en un ser blandito, meloso y vulnerable para ahorrarme la multa.

¿Que así echamos piedras contra nuestro tejado? Por supuesto. Pero mira que cuesta mantener los principios cuando te quedas tirada en la carretera sin saber cambiar la rueda pinchada y recurres al primero que te ofrezca su ayuda aún a riesgo de quedar como estúpida y seguir alimentando el estereotipo de mujer torpe y dependiente. Hasta la expresidenta madrileña Esperanza Aguirre nos ha partido el corazón con sus pucheros al salir de declarar el pasado jueves en los juzgados por el caso Gürtel, hasta el punto de hacernos dudar de si realmente, la pobre, no sabría nada de los trajines de Francisco Correa y de su mano derecha, Ignacio González, o si lo que ha pasado es que ha tomado nota de las afirmaciones de su compañera Cifuentes y ha optado, ella también, por hacerse la rubia.