La competencia desmesurada de los grandes almacenes que todo lo abarcaban y el esperado desembarco en la ciudad de las inmensas superficies comerciales fue todo un reto para el comercio tradicional de la Murcia de finales de los años setenta. Un tiempo que exigía de altas dosis de imaginación y actos heroicos por parte de quienes cada día, con frío o calor, levantaban la persiana de sus establecimientos desde los tiempos remotos de una ciudad recoleta y familiar. Los mostradores y las sillas donde aposentar cómodamente a los clientes que con nombre y apellido, visitaban aquellas tiendas, tocaban a su fin. Al igual que aquella imagen de los dependientes del ramo del textil mostrando a la luz de la calle los radiantes coloridos de las piezas de tela o la confianza del «Usted se lo lleva a casa y se lo prueba» eran el punto final de toda una época dorada y entrañable del comercio murciano. Las cuatro esquinas seguían siendo, como una rosa de los vientos, el punto neurálgico del comercio urbano, lo fue así, desde el siglo XIX y aún lo seguía siendo.

Los comerciantes no se amedrentaron ante el empuje de la competencia que llegaba: «La Alegría de la Huerta», «Medina», «Hijos de Antonio Zamora» abrieron flamantes locales en la nueva arteria, símbolo de modernidad que significó en su día la apertura de la Gran Vía, entonces de José Antonio con más o menos éxito. Posteriormente, el pequeño comercio de Murcia buscó la ansiada unión que defendiera sus intereses. De la mano de Manuel Medina Bardón, José Coy Cerezo, Fernando García Alcaraz, José Zamora, entre otros, nació la tarjeta de compras ´CM´, siglas que definían al Comercio Murciano y que sirvió para agilizar y equiparar las compras en el comercio tradicional frente a los novedosos y nutridos grandes almacenes que ya se alzaban en el centro urbano de Murcia. Tiempos duros aquellos, que obligaron a bajar la persiana de forma definitiva a muchos establecimientos centenarios.

Aquel intento mutó, a finales de los años ochenta, en Corazón de Murcia, asociación de comerciantes de la zona centro de la ciudad, que con voluntad férrea supo proyectar con gran acierto y durante más de una década los intereses de los pequeños empresarios y sus negocios: Manuel Medina Alcázar, Marisol Sánchez Belmar, Marité Fernández-Delgado, Carmen Rosa García Meseguer, Isabel Monreal, Carmen López Bautista, Carlos de Ayala y Francisco Cerezo, vieron recompensado su esfuerzo en Corazón de Murcia con el nombramiento como director general de Comercio y Artesanía del muleño Guillermo Herráiz Artero en la consejería que presidía José Pablo Ruiz Abellán. Herráiz apoyó entonces de forma decisiva las iniciativas de Corazón de Murcia, fomentando la renovación de las estructuras comerciales que depararon el renacer del viejo comercio. Inolvidables y para la historia de la vida social de la ciudad serían las veladas propiciadas por Corazón de Murcia y sus premios, celebradas, algunas de ellas, en el hoy Real Casino, entonces vetusto caserón con goteras que obligaba a los asistentes, incluidas las modelos nacionales Juncal Rivero o Paola Dominguín, a permanecer con el paraguas abierto dentro del local.

La figura bondadosa de Guillermo Herráiz ; de retórica y simpatía arrolladoras, estará unida siempre al quehacer diario de nuestros pequeños comerciantes. Hombre de honradez intachable, de carácter abierto, conocedor como pocos de la problemática del comercio de Murcia; asiduo paseante de sus calles, en las que dejó para siempre su impronta merced a su categoría humana, por su labor realizada como técnico en la materia comercial y como gran político murciano. Guillermo abandonó este mundo en la pasada Semana Santa, sin hacer ruido, cosa extraña en él, pues gustaba de la manifestación abierta y del contacto estrecho con sus paisanos. Un señor, un político y un amigo muy difícil de sustituir, sobre todo en los días que corren.