Han pasado ya cinco días desde que terminó la Semana Santa y mi ciudad, Cartagena, ya se va preparando para próximos eventos como la Noche de los Museos, el Mucho Más Mayo o las Cruces del mismo mes... Y es que, otra cosa no, pero aquí nos gusta festejar todo lo habido y por haber... que para eso somos mediterráneos. Pero me van a permitir que vuelva a esos diez días de Pasión (sí, diez, que en Cartagena, en Viernes de Dolores, ya estamos saliendo a la calle en procesión, antes que nadie en España). Y me lo van a permitir porque mi hombro aún me recuerda la Semana Santa. Nunca antes había participado de forma activa en las fiestas pasionarias de mi ciudad, quizá por fechas, por turnos de trabajo o por ánimo, pero este año los astros se han puesto de acuerdo y me han permitido disfrutarla desde dentro. Mejor dicho, desde abajo. Pasear al Santiago por la calle Mayor, la suya, o cruzar la mirada con familia, amigos, cartageneros y visitantes, maravillados por ese trono tan nuestro, tan alto y lleno de flores y luz... Es un sentimiento indescriptible. Aún más viendo al patrón de España recorrer las calles al paso del tambor, solemne, mágico, único... Toco mi hombro, que aún recuerda, ya levemente, la noche de Miércoles Santo y oigo en mi interior: «Oído caballeros portapasos...»