Me encantan los michirones. Y el caldero. También las marineras, que por mucho que las pretendan incluir entre las riquezas gastronómicas del otro lado del Puerto de la Cadena, son más cartageneras que el Icue. Pido un asiático después del postre siempre que tengo oportunidad y que lo hagan en condiciones. Me he criado entre Los Barreros y el Ensanche. Mi padre es de Quitapellejos y mi madre de Aznalcollar (Sevilla), aunque se trasladó con su familia a La Unión para que mi abuelo, del que he heredado el nombre, se ganara la vida en las minas. Me emociono con la Semana Santa, sobre todo, cada vez que se le canta la Salve a la Virgen a la recogida de las procesiones en la Iglesia de Santa María. ¡Me casé ante la Virgen de la Caridad! Me enorgullezco de la historia de mi trimilenaria ciudad, que podría ser cuatrimilenaria, si tenemos en cuenta el reciente descubrimiento de los investigadores de la UPCT que fijan la implantación de la industria en estas tierras muchos años antes de que llegaran los romanos. Presumo de que personajes tan ilustres como el cartaginés Aníbal y el romano Escipión se sintieran atraídos por este bello rincón del Mediterráneo, que ha sabido corresponderles y rendirles un merecido homenaje con la celebración de unas fiestas que, pese a su juventud, ya pelean por ser reconocidas con la Declaración de Interés Turístico Internacional. Disfruto con la genialidad de las chirigotas de nuestro Carnaval y de lo ´bordesicas´ que son. Me felicito porque mi urbe ha sido la cuna del inventor del submarino, Isaac Peral, o de la primera mujer que entró a formar parte de la Real Academia de la Lengua Española, Carmen Conde. Paseo con la cabeza bien alta junto a nuestro cada vez más relevante y visitado Teatro Romano y me sigo asombrando tanto como cualquier turista cada vez que alzó la vista y emerge ante mí un impresionante Palacio Consistorial que, dejamos al borde de la ruina, pero que hemos sabido rescatar. Ojalá que para siempre. Me siento cartagenero y cartagenerista por los cuatro costados y defiendo a mi tierra siempre que la atacan o menosprecian.

Me cabrea enormemente leer en un titular que «el velero más grande del mundo pasa la ITV en Murcia», cuando la ciudad que también da nombre a la Región ni tiene mar ni los astilleros de Navantia (nuestra ´Basán´) donde se repara realmente esta majestuosa embarcación. Ni se imaginan lo que me irrita que desplazarme al Puerto de Mazarrón por una carretera del siglo XXI me cueste más de cinco euros de ida y más de lo mismo de vuelta, cuando a los residentes en la ciudad del Segura les sale únicamente por lo que consuman los depósitos de sus coches. Y lo mismo pasa cuando el trayecto es entre Cartagena y Alicante. Me molesta que se haga una Zona de Actividades Logísticas en Murcia, presumiblemente vinculada al proyectado puerto de contenedores de El Gorguel que, originariamente se iba a hacer únicamente en Cartagena. Me toca profundamente las narices que la sede de la delegación de Defensa se encuentre en Murcia cuando el grueso de los militares de esta Región está destinado en Cartagena, donde nos conformamos con una pequeña subdelegación que, incluso, han tratado de cerrar en varias ocasiones. Resulta frustrante tener que trasladarse a la capital de la Región a solucionar algunos trámites burocráticos, a pesar de que residimos en un municipio con 230.000 habitantes, una cifra que supera con creces a una gran parte de capitales de provincias españolas. Y que la Justicia, que ya es lenta de por sí en nuestro país, lo sea aún más en nuestra ciudad por la escasez de juzgados que resuelvan los conflictos. De verdad que creo que los distintos gobiernos autonómicos que han dirigido los destinos de esta Región han mirado hacia Cartagena mucho menos de lo que debían haberlo hecho y que, si la hubieran mimado un poco, sería mucho más atractiva e influyente de lo que es. Como el alcalde, José López, yo tampoco soy murciano, sino un cartagenero que reside en la Región de Murcia. Como él, creo que el presupuesto regional está mal repartido y discrimina año tras año a nuestra ciudad.

Ahora bien, me apena que algunos pretendan apropiarse casi en exclusividad del sentimiento cartagenero y cartagenerista. Que esos mismos muestren una radicalidad que sólo genera polémica y enfrentamiento. Que rocen o se metan de lleno en el insulto y la grosería. Que enarbolen la bandera de una tierra para sacudir a todo el que no asuma sus tesis.

La educación y las buenas maneras no están reñidas con una actitud reivindicativa. Y dudo de que la Federación de las Peñas Huertanas y aún menos la Reina del Bando de la Huerta sean culpables del maltrato sistemático hacia Cartagena por parte de la Administración regional. Para mí, ha sido una descortesía que nuestro alcalde se negara a recibir a los representantes de las fiestas de Murcia que visitaron su casa y la de todos los cartageneros. Los plantes y desplantes debería guardarlos para los dirigentes de la Comunidad, aunque, sinceramente, creo que logrará más con una postura rebelde, pero dialogante y comunicativa.

Sin embargo, aunque echemos la culpa a nuestros vecinos, a los gobernantes de nuestra Región, lo que debemos hacer es mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos por qué una ciudad que tiene un pasado tan glorioso, que cuenta con tanta riqueza cultural, patrimonial y gastronómica, que presume continuamente de tener grandes posibilidades, no despega definitivamente para situarse entre las grandes del país y del Mediterráneo. ¿De quién es la culpa? ¿De los murcianos?