El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha analizado, hace pocos días, la situación política de España: «Hay muchos plastas empeñados en decir lo mal que van las cosas». Y a continuación, Mariano Rajoy, en su enconada defensa del país, ha incidido en que «vivimos en una de las naciones más importantes del mundo» que destaca por «sus servicios públicos», «su seguridad ciudadana» y su gran atractivo turístico.

¡No sabemos si reír o llorar, sr. Brey! Solo hay que ver cómo le consideran -y nos tratan- en la UE o en la ONU, o en la OTAN: somos casi insignificantes.

Nuestros servicios públicos han sido recortados y expoliados por la corrupción.

Nos rige, gracias al PP, una ´ley mordaza´ que todos quieren derogar ya. Sobre el turismo, todo el mundo sabe que es el sol, las playas y el mar -no la gestión de la economía por el PP- lo que nos salva. Y además, claro, gracias a los camareros/as, mozos/as de piso, y asistentes hosteleros, con sueldos ridículos y exceso de horas de trabajo, ´pa los turistas´.

Lo más extravagante es que Rajoy mide la realidad social española a través del running, en sus endiabladas caminatas, con marcha ligera por los campos y veredas de los pueblos de su Galicia natal. Y no se entera de nada, como siempre. Cuando allí, en Pontevedra, toma cañas, o juega al dominó con los abueletes, no se atreve a preguntarles cómo van sus pensiones. Y ni sabe si les llega la paga, al final de mes, para mantener a sus familias (algunos de estos yayos mantienen a hijos y a nietos en paro). Claro, todos los demás somos plastas porque no estamos de acuerdo con sus delirantes diagnósticos, o sea, muchos millones de parados, de pobres -mayores y niños-, miles de jóvenes en paro o exiliados, humillados y ninguneados a los que se les ha obligado a buscarse la vida fuera del país. Y pelmazos somos también muchos millones de dependientes, millones de votantes españoles.

Vaya, ya sabíamos de Rajoy que era algo bobalicón, por su sonrisa, y por sus discursos de «España y los españoles muy españoles son». Pero parece que es más «soplagaitas e imbécil prepotente» que Aznar, que ya es decir (las redes sociales y bastantes analistas lo corroboran continuamente). No sabe nada o miente, cuando se le pregunta de la corrupción pepera en la sede de Génova, y en sus delegaciones regionales, ni de la ruptura de los ordenadores de Bárcenas ni de las implicaciones de Rita y sus secuaces valencianos, ni se entera sobre el caso las corrupciones del caso ´Gürtell´, y sobre la financiación irregular de su partido. Pero sí sabe, de sobra, que somos unos incordios, y que «España mucha España es». Y así es como apoyó, sin fisuras, a su compañero el poderoso exministro Rato, el rey de los tironeros y de las puertas giratorias, aún sabiendo de su inmoralidad en los negocios pecuniarios propios y públicos, salpicado de corrupción hasta las cejas. Este Rodrigo R. fue el artífice de la burbuja inmobiliaria, y el gran promotor con Aznar del modelo económico de la derecha española que acarrea un capitalismo de amiguetes.

Hace unos días, la Comisión Europea denunciaba el trabajo precario en España por el abuso de los contratos temporales. Ya el año pasado, 2016, tuvimos otro serio toque de atención por parte de la OIT, por ser el segundo país europeo más precario, solo por detrás de Polonia. Y le echan la culpa, nada menos, que a la insuficiente reforma laboral española porque la UE y la Troika exigen al Gobierno de España sueldos más bajos y menos contratos temporales. Y eso es lo que también quiere hacer Mariano Rajoy y no le dejan, pues ya no tiene mayoría absoluta en el Congreso. El PP anhela seguir con la reforma laboral iniciada en anterior legislatura, entre otros desatinos, pretenden igualar las condiciones laborales...por abajo.

Y así, los autónomos, los nuevos y los "arruinados" en estos cinco últimos años del Gobierno del PP, empeoran su situación porque Rajoy se empeña en no reformar la normativa sobre ellos.

La actual recuperación de la economía española se sustenta en mantener las políticas de devaluación laboral-salarial interna y ajustes fiscales, con lo que el crecimiento se irá desacelerando necesariamente. En este modelo de desarrollo se depende cada vez en mayor medida del consumo de los sectores de la población de mayor renta. Y resultará a la larga perjudicial para nuestra economía, pues sustenta -y está alimentado- por la desigualdad social. Ni la inversión, ni el consumo público, ni la demanda externa están contribuyendo de manera relevante a dicha mejoría.

Por más que nos intente engañar Rajoy con sus discursos triunfalistas sobre el crecimiento económico, en España existen grandes y bochornosas desigualdades sociales, como le recrimina la Comisión Europea. Dice que España progresa, pero ¿qué España y a cuenta de qué y de quiénes crece?

Es muy desalentadora la reflexión sobre el Informe sobre el Estado Social de la Nación 2017, preguntándonos cuál es el precio que la sociedad española debe pagar por la tan cacareada y engañosa recuperación económica. «Hay cinco millones de personas que sobreviven con subsidios o rentas mínimas de inserción, y otros tantos no reciben nada de nada».

La renta básica para salir de la crisis para estos españoles precarios se hace cada vez más necesaria.