Escribir buenos libros y hacer periódicos que interesen a los lectores parecen asuntos cada vez más complicados y, sin embargo, son tan viejos como el alfabeto. Valiéndose de un pincel generoso y en un solo lienzo, el historiador alemán Philipp Blom ha logrado con La fractura (Anagrama) iluminar toda una época, la que discurre entre 1918 y 1938 y las dos guerras mundiales que tuvieron a Europa como principal escenario bélico.

Quienes hayan leído Años de vértigo, en la misma editorial y del mismo autor, enseguida se familiarizarán con el relato. Blom vuelve a sacar el conejo de la chistera. Si bajo aquel título arrastraba los acontecimientos culturales y sociales que trajo el siglo pasado desde sus inicios, en este recoge muchas de las mismas corrientes culturales e históricas identificadas anteriormente, la urbanización, el consumismo, el modernismo, y traza el camino de sus permutaciones en las dos décadas que siguen al final de la Primera Guerra Mundial.

Blom reserva un capítulo para cada uno de los 21 años de entreguerras. El zoom se dispara sobre personas, lugares o acontecimientos. La narración es viva con yuxtaposiciones interesantes. El año de 1933 termina con Stalin colgándole el teléfono a Boris Pasternak, mientras que 1934 comienza con una amplia referencia a Wodehouse y su primera novela sobre Bertie Wooster y Jeeves, para situar la acción en la Gran Bretaña que alimenta el sueño fascista de Mosley. En 1930, entre Lili Elbe y ´el Ángel Azul´, un Berlín violento certifica la ascensión del Partido Nacionalsocialista Alemán, y 1937 se cierra con la muestra del Guernica, de Picasso, en la Exposición Universal de París. Blom demuestra como desde la cultura y el arte se encuentran ángulos desesperados para narrar la tragedia. Como en la actualidad se perciben.