Sempre había querido pasar desapercibido. Esas miradas torvas que acompañaban cada uno de sus pasos deseaban herirle en lo más profundo de su interior. A él no le importaban. Había descubierto, como Saint-Exupéry, que lo esencial es invisible a los ojos, que sólo con el corazón se puede ver bien. El camino no había sido fácil, porque no hay nada peor que tratar de cumplir alguna profecía. La que te marcan tus mayores. La que fijan tus antepasados. La de responder al mundo de las expectativas. Las de los otros y, aún más extremas que aquéllas, las que uno sitúa en la mente para encauzar cualquier comportamiento, por inane que parezca.

Cualquiera podía haber sido el elegido. No importaba el sexo. Tampoco la raza. El lugar era lo de menos. El destino le jugó una mala pasada. A punto de vivir sus primeras horas de existencia supo lo que era sentir que no le querían en ninguna parte. No obstante, arropado en el vientre gustó del aprecio por lo desconocido, sin la desesperación que se vive al no formar parte de un espacio, de un lugar, de una tierra€ Al hallarse presto a palpar la desnudez, el abandono, supo tempranamente que lo vivido era lo mejor que le podía pasar. Porque aterrizar en lo concreto, en lo real, en lo palpable, en lo palmario€ es la mayor muestra posible de que pisar el terreno afianza la personalidad, acoge lo existente e invita a lo aparentemente efímero.

Desde muy temprano supo que no era bien recibido. ¿Lo delataba su piel? ¿Su voz? ¿Su manera de expresar cercanía y afecto? Quién sabe. Asertivo, miraba a los ojos sin apartar la vista de quien tenía enfrente. No pedía nada. No reclamaba nada. No exigía nada. Al contrario de lo que pudiera parecer, eximía de la culpa al más dispuesto a echarla a su espalda para justificar la existencia. Tan Libre te quiero como arroyo que brinca de peña en peña, que García Calvo brindara para ser cantada por Amancio Prada. Ya bastante tiene cada quien y cada cual con situarse en el mundo como para que alguien, por muy dotado de razones que tenga, estampe cualquier desliz en la existencia y provoque esas parálisis tan dañinas.

No necesitaba que salieran a la calle en su defensa. Ni en su recuerdo. Rememorar su dolor carecía de sentido si tan solo su presencia no había sido capaz de conmover los corazones. Entrañas de misericordia. Que repito, no requiere nada. No demanda nada. Hay quien espera que derribe del trono y de las tribunas a los soberbios y poderosos, y enaltezca a quien poco tiene, a quien nada ostenta, a quien nada espera. Lo que sí es cierto es que a los hambrientos los colma de bienes y quizá a los ricos los despida vacíos. Pero sin acritud. Tan solo los ve pasar, nos ve pasar, errantes en mitad de este mundo en el que nadie sobra.

Llega cada día a nuestras playas tras arriesgadas travesías hacia lo desconocido. Traspasa las fronteras, las físicas y las mentales. Siente el calor de unas manos en su vientre y es arropado junto a otros. Renace presto a diario, en luminosas mañanas como ésta, en la que cada año conmemora su vuelta a la vida. Y se hace palpable en cada rincón de nuestros pequeños mundos. Levantarse, alzarse, resurgir, renacer€ ¿Y tú quién dices que es?