Escribió Manuel Vázquez Montalbán como título del epílogo de sus primeras poesías completas, Memoria y deseo editadas en 1986, una frase casi verso, «Definitivamente nada quedó de abril». Siempre viene al caso Montalbán, incluso en esta ocasión que, deleitado por la fecha, 14 de abril, me veo en la necesidad no imperiosa de escribir sobre la II República española, que se proclamó tal día como hoy de 1931. Nada quedó de aquel abril, salvo el recuerdo triste, porque un salvaje grupo de generales africanistas se ocuparon a fondo de que fuera así.

La memoria de los españoles que tuvieron que irse del país a un exilio incierto, los papeles que escribieron, los recuerdos que transmitieron a sus descendientes, los libros que nos contaron muchas cosas, los versos, «recuérdalo tú, recuérdalo a otros» ( Luis Cernuda), las ausencias? y los olvidos a tantas personas y a tantas cosas.

Por eso me detengo siempre en la II República como un patrimonio cultural de nuestro pueblo, en el sentido amplio de cultura, pero no como un patrimonio político actual. Reivindicar la república como forma de Estado, o la II República como modelo a imitar, aparte de nostalgias más o menos compartidas, me resulta tan caduco como pedir un carril especial en las autopistas para los coches de caballos. Nada es lo mismo, pero, puestos a pedir, me inclinaría por la abolición del Estado y todas sus secuelas de control y tutela sobre los ciudadanos. Siempre he creído que nos podemos organizar de otra manera, que con ayuntamientos, colectividades, cooperativas y familias, nos llegaría para vivir bien. Pero ese es otro discurso que lleva a los orígenes, Proudhon, y nos traslada a un presente en el que nadie habla así.

Puestos en la resignación de aceptar un Estado, prefiero su forma actual, la monarquía parlamentaria, en la que un señor, o una señora, competentes y formados, ejercen la representación simbólica del país en su conjunto, y nada más. Se dirá que una monarquía, por constitucionalista que sea, es un anacronismo histórico mientras persista la transmisión hereditaria del poder. Puede, pero soporto mejor ese anacronismo que pensar en la posibilidad de que José María Aznar o Bertín Osborne puedan ser elegidos, por sufragio universal, presidentes de una hipotética república. Todo es posible mientras sea imaginable.

Aun así, viva la República, aquella, la de hace 86 años.