Querida Carla:

No tengo ni idea de si el destino existe, si podemos escribir nuestra propia historia o si alguien, ajeno a nosotros y con un curioso sentido del humor o carente totalmente de él, se ha encargado ya de escribirnos el guion. No sé si todo es fruto del azar, de la casualidad o de la buena o la mala suerte o si, al final, tenemos lo que merecemos.

La vida no es justa. Al menos, no lo parece. Los buenos no siempre ganan. Los buenos no son tan buenos ni los malos tan malos, eso está más que dicho. El tiempo no coloca siempre a cada uno en su lugar. O sí. No lo sé, pero trato de actuar como si esto fuese una realidad. No siempre es fácil. A veces, te quieres dejar arrastrar por la corriente y hacer la vista gorda, hacer las cosas mal, porque todo el mundo lo hace, porque nunca pasa nada, pero luego, tienes que irte con eso a la cama y para esto, también hay que valer.

Yo soy un poco desastre, ya lo sabes. No fumo, no bebo, no tomo alcohol, pero se me va un poco el pie al volante, le piso de más sin darme cuenta y, alguna que otra vez, atiendo el teléfono móvil en un semáforo o cuando el tráfico está parado.

Él, no sé si por su profesión (como suele decir «ser policía es una forma de vida») o por su carácter, siempre ha sido muy perfeccionista. Siempre se ha ajustado a las normas, no sólo estando de servicio sino también en nuestra vida privada. Siempre tan estricto, siempre tan cabal. Si yo me tuviese que confiar en manos ajenas, serían sin duda las suyas.

Pero sabes qué, Carla, a las personas buenas también les pasan cosas, a las personas responsables también se les puede truncar la vida en cinco segundos y arrastrar irremediablemente la vida de los demás.

-Mátame.

Durante cuatro meses, dos semanas y tres días, ése ha sido el mantra con el que mi marido me ha recibido desde el accidente. Es la primera vez que escribo sobre esto. No lo hubiese puesto sobre el papel si no fuese por esta necesidad de desahogarme contigo. Siempre te lo he contado todo, a pesar de la distancia y a pesar de que esto puede ser perjudicial para ti, te siento parte de mí. Te escribo con la esperanza de alcanzar algo de paz.

Carla, en el accidente, perdimos a nuestro pequeño, a mi pequeño hijo, aquello por lo que me levantaba y, sin embargo, me he seguido levantando cada día, he seguido respirando, he seguido comprando el pan y me he encontrado con el hombre que amo postrado en la cama. Fran, sólo puede mover la cabeza. Sus ojos miran vacíos, bañados de lágrimas y sólo abre la boca para repetirme ese ´mátame´.

Cuatro meses, dos semanas y tres días, en los que yo tampoco deseo vivir, pero algo en mí se agarra a la vida, algo en mí lucha por Fran y por mí, incluso por nuestro pequeño hijo. Ojalá él se hubiese agarrado a la vida como yo lo hago ahora. Cuatro meses, dos semanas y tres días, en los que no he logrado que mi marido entienda que lo necesito, que doy gracias a la vida por tenerlo aún conmigo, que no lo culpo, que un coche es un arma y que nadie hubiese podido evitar que ese camión se cruzara en su camino, a pesar de que el dolor que siento como madre no es comparable a nada de lo que haya vivido ni pueda vivir en adelante.

«Mátame», insiste. «Mátame», repite.

Siempre he odiado que tuviésemos un arma en casa. Y ahora, es cuando debes dejar de leer si no quieres tener complicaciones.

Esta mañana, como cada día, después de asearlo, masajearlo y cambiarlo de postura le he llevado el desayuno. Hoy es su cumpleaños. Y hoy, por fin, le he hecho ese regalo que tanto tiempo estaba esperando. Friamente en la bandeja, recostada el arma. Su sonrisa al verla. Mis lágrimas. Mi pulso tembloroso y un cojín tinéndose de rojo.

-Feliz cumpleaños, amor. Descansa.