Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), estamos ante la cuestión decisiva del siglo XXI. Dicen que nos va la vida en ello, porque el calentamiento global no es una amenaza lejana agitada por ecologistas y agoreros sino una evidencia científica. El Foro Económico Mundial de Davos identifica el cambio climático como el riesgo de mayor impacto para la seguridad global. Conclusiones, de las muchas que existen en el mismo sentido, de dos organismos internacionales de reconocido prestigio que analizan los efectos de este fenómeno desde diferentes perspectivas.

Tenemos un problema de gran magnitud y dimensión global. Pero, ¿es la ciudadanía consciente de su importancia? No lo creo, si lo fuese estaría mayoritariamente movilizada y no lo está. Ni siquiera los medios de comunicación, a pesar de lo mucho que se escribe y habla de ello, le están dando la transcendencia que tiene. Posiblemente las instituciones, los políticos, los funcionarios, las organizaciones no gubernamentales y en general las personas que estamos en el epicentro del asunto no transmitimos la urgencia de tomar decisiones valientes.

El primer paso para frenar y adaptarnos a este fenómeno es que la sociedad asuma que tiene un problema. La clave está en que los gobiernos y las personas interioricemos en qué medida estamos contribuyendo al cambio climático. Tengo la sensación de que nos suena como algo real pero lejano que aplazamos por la incomodidad y el miedo a los cambios en nuestro modo de vida.

Los ciudadanos cometemos un grave error dejando que sean las instituciones públicas quienes tomen la iniciativa, porque estas lo harán sin la ambición que se necesita. No olvidemos la vinculación entre cambio climático y energía, el 80 por ciento de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero tiene su procedencia en las energías fósiles, que han dominado la economía del mundo durante los últimos 70 años. Pensar que el mercado creado entorno las energías fósiles será dócil es ingenuo.

La meta que se marcó en la Cumbre de París (diciembre 2015) fue la descarbonización total del sector energético en el año 2050. Sin embargo, solo hace falta analizar los objetivos del ´paquete de invierno´ de la Comisión Europea (medidas propuestas por la Comisión que establecen la hoja de ruta del sector energético en la UE a partir del año 2021) para concluir que son poco ambiciosas e irreales. Plantear una reducción de las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero) del 40% en el año 2030 es poco ambicioso y del 100% en el año 2050 es irreal. Falta compromiso de la Comisión que con frecuencia olvida que el mercado es un instrumento y no el fin. Las instituciones europeas son las que lideran las políticas de transición energética y cambio climático, su falta de ambición tendrá un efecto negativo inmediato en el resto de países. Solo la presión de los ciudadanos europeos podrá cambiar esa hoja de ruta, antes de ser aprobada a finales de 2018 o principios de 2019.

«El futuro de la UE está vinculado a la energía y si no tenemos energía sostenible no tendremos futuro» (Domingo Jiménez Beltrán). Es una reflexión dura pero con sólidos argumentos para motivar la movilización ciudadana en la exigencia de una transición energética que permita pasar de una economía ´gris´, muy contaminante, a una economía ´verde´, sostenible, que frene los efectos del cambio climático y sirva para adaptarnos a los que ya son irreversibles. Concienciar a los ciudadanos europeos para que sean ellos quienes empujen a las instituciones no es una tarea fácil, máxime cuando hay que competir con todo un entramado de poder económico muy institucionalizado. Pero eso no debe ser excusa para hacer pedagogía y propiciar un cambio mental que conlleve un cambio en las costumbres y hábitos. En el uso de la energía hay que ser eficientes (hacer más con menos) pero también suficientes (usar solo la que realmente necesitamos), ¿qué estamos haciendo? Reconozcamos que hemos derrochado mucha energía, que seguimos haciéndolo y que no lo vemos como algo prioritario en nuestro quehacer diario.

La Región de Murcia es muy vulnerable ante el cambio climático, lo que supone un riesgo alto para la sostenibilidad de nuestra economía, el medio ambiente y la sociedad, en el medio plazo. Las advertencias nos están llegando desde diferentes organismos, el más reciente el Consejo Económico y Social en su publicación Competitividad y Cambio Climático. Pero no parece que las administraciones públicas, los partidos políticos y la sociedad en general estemos impulsando políticas y hábitos sostenibles con la urgencia que se requiere.Nuestro planeta ha sufrido varios cambios climáticos a lo largo de la historia, pero este es el primero en el que la alteración del clima tiene su origen en los seres humanos, en la emisión de GEI como consecuencia de un desarrollo económico y social descontrolado e insostenible. Los gobiernos del mundo son responsables en la medida en que no han sabido, querido o podido regular el crecimiento. Pero no podemos eludir la responsabilidad de cada uno de nosotros, que hemos preferido acomodarnos y mirar para otro lado con la confianza puesta en que serán las generaciones futuras quienes resuelvan este problema. Las políticas de energética y cambio climático tienen que integrarse y requieren de una gobernanza que coloque a la sociedad en el eje de la toma de decisiones. Por eso mantengo que lo prioritario no es un pacto de Estado, necesitamos un pacto Social de Energía y Cambio Climático.