La líder ultraderechista francesa Marine Le Pen aseguró hace unos días en una entrevista publicada por el dominical alemán Bild am Sonntag que la Unión Europea ha muerto, aunque todavía no lo sabe. En realidad, yo creo que la UE ya nació muerta. Y nació muerta porque desde sus inicios nunca tuvo la intención de servir a los intereses de los ciudadanos, sino de los políticos y de las grandes empresas. Como ciudadano europeo, nunca he sentido particularmente esos enormes y maravillosos beneficios de pertenecer a la Unión que nos aseguran desde las instituciones europeas. Posiblemente, todo lo contrario. La corrupción política de los países europeos pertenecientes a la Unión ha aumentado; se han duplicado, triplicado o cuadriplicado las instituciones, lo cual hace que también se dupliquen, tripliquen o cuadrupliquen el número de políticos que tenemos que mantener; se ha aumentado la brecha económica entre los países ricos y los países pobres de la Unión y, por consiguiente, también entre los ciudadanos más ricos y los ciudadanos más pobres; las grandes empresas cada vez tienen mayor poder y se les permite mayor injerencia en el ámbito legislativo; la gestión de la inmigración ha sido realmente desastrosa, lo mismo que la gestión de la crisis económica, que ha resultado absolutamente ineficaz. Todo ello demuestra que la Unión Europea es una máquina que política y económicamente no funciona.

Por si esto fuera poco, la moneda común no ha servido tampoco para crear una unión cultural y, mucho menos, una unión sentimental. Los alemanes siguen sintiéndose alemanes; los italianos siguen sintiéndose italianos; los españoles no se sabe muy bien cómo se siente; los belgas siguen sintiéndose belgas, y ninguno de ellos se siente más europeo que hace diez años. De ese modo, la Unión Europea, desde el punto de vista social, es tan solo una unión en un papel que no sirve para gran cosa.

Este fracaso en la Unión, que ahora se está haciendo palpable con la salida del Reino Unido, ha servido como caldo de cultivo para el aumento de la extrema derecha y del populismo, que han sabido sacar fruto de la inutilidad de la política europea, especialmente en el tema de la inmigración y en materia económica. Estos partidos extremistas y populistas han sabido apelar al sentimiento patriota más profundo de los ciudadanos, lo cual no quiere decir que en algunas de sus críticas no tengan razón. Su resurgimiento es la prueba del fracaso de esos políticos que se dicen más moderados pero que moralmente son despreciables por ocultar la corrupción y políticamente inútiles a la vista de su gestión. Muchos ciudadanos europeos quieren o una Europa unida o volver a lo que había antes. No puede existir una verdadera unión europea si hay dos velocidades distintas, si hay enormes diferencias económicas insalvables entre los diferentes países. No puede existir una verdadera unión europea si solo aumentan los impuestos pero no los beneficios; no puede existir una verdadera unión europea si los políticos europeos crean instituciones solo para enchufar a sus amigos o para desviar fondos comunes para beneficiar a determinadas empresas; no puede existir una verdadera unión europea si cada país sigue manteniendo su poder legislativo. Por desgracia, la UE se empezó por el tejado, y ahora que estamos cayendo, vemos que en realidad no se ha hecho nada para construir los cimientos.