La maravillosa, pues maravilla es, alegación de Messi ante la sanción que le ha impuesto la FIFA por recordarle al linier de su partido con Chile, creo, «la concha de tu madre», me ha recordado una de las más que divertidas anécdotas, inacabables, de mi bachillerato en el Cervantes de Caravaca. Estábamos en clase de Filosofía resolviendo silogismos. Don Blas no sé si nos enseñó mucha Filosofía, pero sin duda sí que nos transmitió una filosofía de la vida que consistía en amar el arte, el despiste y la tolerancia. Su pasión era la pintura, los emocionantes paisajes caravaqueños que nos descubrían, frente a la costumbre (el arte siempre hace nuevo lo que creíamos conocer), nuestra propia realidad, los almendros en flor que inundaban sus cuadros y que nos revelaron para siempre que teníamos la inmensa fortuna de vivir en una tierra privilegiada.

Aquel día, mientras don Blas seguramente andaba en sus divagaciones estéticas, rubenianas, entre árboles, bodegones y retratos también magníficos, uno de mis compañeros silbaba alegremente en el primer pupitre, pegado a la tarima sobre la que la mesa cerrada del profesor se erguía inconquistable. Salvo por el agujero que algún bandido le hizo para admirar a la profesora de Arte, jovencísima y preciosa y recién desembarcada en aquella nave de bandidos, cuando se sentaba a hablarnos del románico y había guantazos por ponerse delante para fisgar. Pues allí silbaba Ángel, feliz, mientras se enfrentaba a una de las pocas cosas en las que don Blas hacía auténtico hincapié: la Lógica. Así que, en un momento en que volvió del reino de las Musas, preguntó don Blas: «¿Quién está silbando? ¿Ángel, eres tú?». Y entonces, majestuoso, alado, Ángel contestó: «Don Blas, yo estaba respirando». Se rieron hasta los alumnos ejemplares, imagínense la que liamos los más malos, mi compañero Miguel y yo, que casi nos pasábamos más horas expulsados que en clase, una fiesta, un descuajeringarse, como tantas otras veces, que a punto estuvo de tirarnos de la silla de la risión.

A ese genial «yo estaba respirando» me ha devuelto la respuesta de Messi: que él le dijo «la concha de tu madre» al aire. Con lo que ya sabemos que el aire tiene madre, y la madre del aire, ´concha´. Nada importa que hasta las imágenes lo hayan pillado diciéndoselo al linier al pasar a su lado. Como no importaba que Ángel estuviera a un escaso metro de don Blas. Pero ese es su único parecido: la inverosimilitud de la respuesta. En primer lugar, porque en una no hubo agravio, y en la otra sí, pues la expresión «la concha de tu madre», literalmente, en español de España, «el coño de tu madre» o «la almeja de tu madre», tiene en Argentina connotaciones de ofensa máxima a la madre, que es sagrada aquí y allí. Y porque una es deliciosamente entrañable, reveladora de aquellos días dichosos, y la otra una desvergüenza: o en la AFA son unos cretinos o están, en efecto, manifestando su profundo desprecio por quienes les han sancionado. Como hace el separatismo un día detrás de otro. Claro que no me la juego, igual les aceptan, como aquí, las alegaciones, no como creo recordar que hizo don Blas: poner en la calle de inmediato al silbador feliz.

Quiero suponer, a favor de Messi, aunque me parece que toda su humildad es fingida, que lo que le ocurre es que sus relaciones con la Justicia lo tienen bastante confundido. Y lleva razón. Seguramente se preguntará por qué, por ejemplo, Mas y Homs, después de haber organizado un simulacro de golpe de Estado, haber desobedecido explícitamente al Tribunal Constitucional, gastar dinero público, el nuestro, el que Rajoy les viene pasando desde 2012 a chorro, en financiar el desmán (malversación de fondos), y haberlo hecho a plena conciencia y avisándolo, han sido condenados a penas casi simbólicas, mientras a él por un delito fiscal de nada (bueno, sí: de mucho) le ha caído encima todo el peso de la Justicia española. Y quizás piense que debería ir menos al campo a jugar, y pasar más tiempo en el palco del Nou Camp, como Mas y toda la cúpula del separatismo, y le iría mejor.

Y si Mas y Homs han podido alegar que entendieron mal el mandato del Constitucional, y la Fiscalía se lo ha tragado, a ver quién puede negarle a él que «la concha de tu madre» iba dirigida al aire. Sobre todo después de que Bécquer, el poeta, no el tenista, estableciera que «los suspiros son aire y van al aire». Si hubieran leído al gran Gustavo Adolfo, la AFA y Messi habrían contado con un argumento de autoridad incontestable, y Messi podría haber alegado: «Yo, como Bécquer, sólo estaba suspirando».