Mucha unanimidad», sentenció Juan Cornejo, el hombre de confianza de Susana Díaz. Eso es lo que provoca en su opinión la candidatura de la presidenta andaluza a secretaria general del PSOE. Se trata de algo más que un pleonasmo o una redundancia. Es un síntoma que revela muchas cosas. Primero, nos sugiere que todo en la candidatura de Díaz tiene que ser enfático, incluso más allá de la corrección gramatical. Lo hemos visto en el acto de su transfiguración como candidata. Ni un solo detalle dejó de sugerirnos exageración, exceso. No solo por haber movilizado a militantes de todos los rincones de España, sino por haber elegido en los cortes publicitarios a militantes que no se sabía muy bien si hablaban de Díaz o de la Macarena. Enfático fue tener que habilitar dos pabellones y enfático fue el diálogo de los militantes alojados en ambos, casi como si representaran una antifona ad introitum. Eso sugiere que Susana Díaz ya casi recibe las señales de culto, aunque no sabemos si es de latría, ludía o hiperdulía. Enfático fue es esfuerzo por reunir a todos los secretarios generales del PSOE y desde luego a todos los presidentes.

Y sin embargo, ¿qué se quiere decir realmente cuando se afirma que una candidatura recibe «mucha unanimidad»? Ciertamente, que no la hay. Así que el énfasis es compensatorio de la inseguridad. En todo caso, lo sustantivo es la unanimidad, algo que deja en mal lugar a Patxi López, que es ninguneado, como si su candidatura no restara nada a lo fundamental. Y en verdad es así. Patxi está ahí para retirar apoyos a Pedro Sánchez. No cogerá un voto de los practicantes del nuevo culto. ¿Acaso no cuenta Sánchez en relación con esa «mucha unanimidad»? Este es el problema real. No. Lo escuché decir a un periodista de postín en una radio: a todos los efectos, Sánchez no es socialista. Ese mismo periodista, cuando alabó los apoyos comprometidos de González, Guerra, Zapatero, Bono, Chacón, Rubalcaba, Madina y no sé quién más, tuvo que responder a la objeción de un colega que dudaba de la eficacia de la movilización del aparato. Nuestro periodista negó que fuera un apoyo del aparato. «Ese es el PSOE».

Y esta es la doctrina. El PSOE son ellos. La militancia que ha entregado 80.000 euros a Sánchez no es PSOE. Los votantes del PSOE no tienen nada que decir en esta lucha. La impresión que quieren transmitir es que no estamos ante un acto de primarias. Estamos ante un acto plebiscitario glorioso y unánime, que es enturbiado por un malentendido: alguien que dice ser del PSOE, pero que en realidad no lo es. Por eso, con plena lógica que explica el síntoma, Cornejo tiene que hablar con precisión de «mucha unanimidad». Sánchez no la rompe. Nada de lo que cuenta está con él. Sin embargo molesta ¡y no sabemos cómo! De ahí la necesidad de ese acto de glorificación, y de un determinante que reduce un poco la unanimidad, el 'mucha' de marras. Y por eso todo el discurso de Susana Díaz ha tenido la prestancia teológica de una proclamación tautológica. Si Dios dice de sí «Soy el que soy», Susana Díaz ha sentenciado «Somos 100 % PSOE», «Somos el PSOE de siempre».

La consecuencia que se quiere extraer de todo esto es que votar a Sánchez no está permitido, si se quiere ser del PSOE. Por eso fue tan importante resaltar que Sánchez se maneja por fuera de los cauces ortodoxos al negarse a mover el dinero de forma transparente al control del aparato, desde las cuentas bancarias del partido y comunicando quiénes son los amigos que le transfieren dinero según el método crowdfunding. Esa es la prueba definitiva de que Sánchez es un íncubo. Se ha infiltrado en la organización de un modo que nadie quiere recordar. Pero ahora hay que elegir: fidelidad al PSOE o votar al que quiere que el PSOE sea como otro partido y que no sabemos en qué partido acabará.

Y para reforzar esa tautología con vocación de eternidad, estaban los rostros de la identidad socialista, y sobre todo los dos anteriores presidentes, a quien Susana reverenció como el Espíritu reverencia las procesiones intradivinas del Padre y el Hijo. Y con eso estuvo conectado lo que Susana quería lograr: devolver a los militantes la sensación de omnipotencia. La palabra más repetida fue 'ganar'. Teniendo en cuenta que todo el discurso de Susana Díaz fue la repetición de fórmulas identitarias, podemos elevar toda su intervención a un ejemplo perfecto de magia ritual. Se propone una palabra y se espera que, mediante la magia de repetición, casi como si fuera un exorcismo, se producirá la realidad que esa palabra representa. Algo así como nuestros antecesores pensaban producir el bisonte justo por pintarlo en las paredes de una cueva.

Nadie entre esos genios del PSOE se hace estas preguntas: ¿Es inteligente poner todos los huevos en la misma cesta y dar la impresión de que sólo con Díaz el PSOE seguirá siendo el PSOE? ¿Es inteligente expandir la impresión de que Sánchez en el fondo no es el PSOE? ¿Es sensato inducir a la gente a pensar que sólo un resultado es legítimo? ¿No se ha aprendido lo suficiente como para recordar que, ante una elección, no se puede deslegitimar como espurio uno de los resultados posibles, que esa actitud induce a los votantes a preferir esa opción?

Cuando este tipo de preguntas no se plantean por parte de gente tan experta y experimentada en el manejo de elecciones, como los Rubalcaba y compañía, es sencillamente porque son conscientes de que se lo juegan todo a una carta y ya no pueden diseñar escenarios alternativos. O gana Susana Díaz o el PSOE se romperá, y entonces se verificarán todas las tautologías que escuchamos en el acto de presentación de la candidata y que vienen a decir sencillamente que Sánchez es otro partido.

Y eso es lo más impresionante de la situación. Que gente tan lista haya llegado a jugárselo todo a una carta que sólo con la ayuda de la magia ritual puede llegar a ser ganadora. Es posible que gente tan experta considere que tienen delante un pueblo de neandertales y que si le dicen noventa millones de veces de aquí a las elecciones primarias que con Susana Díaz el PSOE volverá a ganar, lo creerán y la adorarán, y que además el efecto mimético y expansivo de la magia dominará el alma de la mayoría de los españoles, para hacer de ella la próxima presidente socialista. Es posible que estos grandes talentos políticos, que nos han toreado en las últimas décadas, tengan razón y que en este país haya una mayoría de ciudadanía capaz de tragarse esta farsa.

Pero yo soy un poco escéptico. Tras estudiar los procedimientos mágicos de los pueblos primitivos, hay un elemento que no conviene olvidar. El mago, el actor de la magia, en todas las culturas tiene que ser una de estas dos cosas: o bien un asceta capaz de soportar ingentes dolores y privaciones, capaz de vivir marginado en cofradías de magos, pasando necesidades en condiciones precarias; o bien ha de ser un magnífico actor, capaz de celebrar los rituales con plena seriedad, grandeza y patetismo. He repasado el vídeo de Susana Díaz del día de su transfiguración y, francamente, no he identificado en ella a la asceta sufriente; pero su capacidad de actuar y su retórica de cartón piedra es lo peor que he visto en mucho tiempo como escenografía, prosodia y fuerza dramática. Así que sólo cabe una posibilidad de que se cumplan los planes de González. Que a todos los mayores de 60 años del país los lleven a los viajes del Imserso y les den un filtro de amor que les haga votar a esta mala actriz. Pero incluso esta solución tiene un problema. La mayoría de ellos ya están embrujados por Mariano Rajoy.