Pasamontañas, preparados. Escopeta, lista. Munición, cargada. Los tres se miraron.

-Pues ale, vámonos a dar el palo.

Es jueves por la noche. Una pareja y su hijo (en verdad, el hijo es de ella y de una relación anterior) han cenado fuera de casa. Ya regresan. Paran en un chino y compran algunas bebidas. La noche es joven, piensan. No saben la que les espera.

Estamos en el centro de Alcantarilla. El edificio es relativamente nuevo. El piso está en el quinto. Llegan. Se ponen cómodos. Se les unen un par de amigos. Primeros tragos. Risas. Pero cuando van a despedirse... cuando abren la puerta para marcharse... cuando alzan los ojos?

Una escopeta. Dos cañones. Ojos duros dentro de la negra capucha. No hay ¿plata o plomo? Solo plomo.

¡PAM! Al brazo. ¡PAM! A la pared. ¡PAM! A la puerta. ¡PAM! A otra pared.

En segundos, el rellano del portal se convirtió en una balacera, el escenario de Pulp Fiction, en una trampa para unos y otros. Los de dentro querían cerrar, los encapuchados querían entrar y el herido luchaba por no perder el brazo.

En el atestado de la Policía Nacional se lee (no sin cierto lirismo) «sangre por el suelo, plomos en la pared y un fuerte olor a pólvora y sustancias estupefacientes» Un lío de cojones, vamos.

Forcerjeo, gritos, golpes. Dentro, la mujer y el hijo siguen escondidos. Los de la casa consiguen cerrar la puerta. En la huida, uno de los encapuchados pierde una zapatilla cual Cenicienta. Corren escaleras abajo. Delirios dentro de la vivienda. De los nervios, uno vomita en el suelo. Algunos vecinos comienzan a asomarse y a llamar al 112. Es lo que tienen los disparos y los alaridos agónicos.

Mientras el herido intenta no desmayarse, el resto comienza a pensar. Uno: defensa. Cogen un sofá y lo sacan a la puerta para obstruir el acceso. Por si vuelven los hijoputas de la escopeta, pensarían. Dos: pruebas. Abren una ventana y comienzan a lanzar pequeños envoltorios al aire. Oh Blanca Navidad, que diría el señor Netflix con la cara de Wagner Moura en el papel de Pablo Escobar. Los agentes de la Policía Local redactaron en su acta (tampoco exentos del todo de cierta poesía) que se «nada más bajarse del vehículo, puede comprobar cómo del cielo están cayendo diversos papeles». Les faltó decir lloviendo. Eran bolsitas de cocaína.

Para entonces allí están todos menos los encapuchados cenicientos. Están los locales, los nacionales, una ambulancia para el herido que aún está consciente y aún tiene el brazo, están los vecinos asombrados, están las sirenas, está la coca en bolsitas, están las libretas de contabilidad y los disparos en la pared y en la puerta, está el desconcierto y está la sorpresa. Está claro lo que hacían en el piso (42 hojas manuscritas de 'cantidades y nombres' te dan una idea). Lo que no está tanto es qué pijo querían conseguir los encapuchados. Pero también dan alguna idea.

Total. Los de la casa, detenidos por presunto narcotráfico. Los cenicientos encapuchados, en búsqueda y captura. El herido, a la Arrixaca. La cocaína, incautada.

En la puerta, un agujero negro abierto con violencia y pólvora, testigo mudo del episodio.