"Creo que todos tenemos dos cumpleaños: el día que se nace y el día que se despierta a la vida». Eso dice la mujer sin nombre que escribió Carta de una desconocida, el relato de Stefan Zweig; Lisa Berndle en la versión cinematográfica de Max Ophuls. Ella debió saberlo bien porque su despertar no fue lento ni perezoso, sino claro y repentino. Si es verdad que en cierto momento despertamos a la vida, ella fue empujada hacia la luz o deslumbrada. Y no durante un instante sino para siempre. Lo que cuenta en esa carta es el amor que dominó su vida, un amor de extraña plenitud: nunca fue correspondido, recibió los peores desplantes y, sin embargo, sostenido por la esperanza, la colmó de felicidad.

Me gusta mucho esta historia, tanto en las delicadas palabras de Zweig como en las imágenes llenas de magia de Ophuls. En ambas miradas se transmite la ambivalencia de una pasión tan dura como tierna, tan destructiva como salvadora. Ella pudo descubrir, en los escasos momentos que compartieron, la promesa del amor, aunque él, «ardiente y olvidadizo, generoso e infiel», nunca la reconociera y permaneciera ciego en el instante de la plenitud. Ella permanecerá en la oscuridad, y así se lo dice en la carta sin firma, pero abrazada a su destino, esperanzada hasta el final ante la posibilidad de que él la llame a su lado, aunque solo sea para una hora. De la misma forma, en la Viena imaginada por Max Ophuls, ella siempre aparece entre sombras, detrás de una ventana, en una esquina, en un rincón, mirando desde la oscuridad, con la luz reflejada en sus ojos.

Su sentimiento es tan puro que debería ser irresistible. La emoción que brota de sus palabras o de su mirada es tan perturbadora que él no puede dejar de sentirla por muchos años que pasen, pero después la olvida. El amor parece el mismo siempre en todas partes y en cualquier lugar. Sin embargo, cuántas formas adopta, como si fuera infinito, inagotable. El que yo veo en esta historia es el amor nacido del sueño. Es curioso cómo ella describe su despertar como la entrada, por una puerta invisible, en el reino de Aladino. Es el amor más puro, el que nace y crece a pesar de todo, sumergido en fuego primero y después abandonado, capaz de renacer contra toda esperanza, como la casa vacía donde ya solo resuena la música del recuerdo. El amor que nos eleva por encima de cualquier desdicha como a través de esas escaleras en penumbra por donde Lisa sube al encuentro de su destino.