El mes pasado uno de los periódicos más antiguos de Europa, el suizo Neue Zürcher Zeitung, anunciaba la eliminación de la posibilidad de comentar las noticias «en la mayoría de los artículos» de la edición online del medio. La razón esgrimida por el diario en una nota explicativa es que la sección destinada a la opinión de los lectores se había convertido en un espacio para el odio y el insulto en el que se echaba en falta una «cultura de la discusión constructiva» y proponía por tanto sustituirla por otros sistemas alternativos (foros y discusiones moderadas) para que los lectores pudieran dar su opinión.

Este ha sido uno de los últimos casos de medios que han seguido un camino que desde 2014 ha generado un goteo de cabeceras que suprimen, o modifican de forma radical, los modelos de participación de los lectores: Reuters, Mic, Vice, The Chicago SunTimes o For the Win (la web deportiva de USA Today) o la NPR, la cadena de emisoras públicas estadounidenses son solo algunos de los que ya lo habían hecho antes. En algunos casos la razón esgrimida ha sido que la interacción con y entre los lectores ya se produce en las redes sociales, de hecho el Huffington Post mantiene los comentarios en las noticias, pero ha incorporado como condición para poder realizarlos el registro de Facebook. En otros casos, como en el de NPR, la explicación dada en agosto del año pasado se basó en que los comentarios no resultaban útiles para la inmensa mayoría de los lectores ni representaban fidedignamente sus opiniones, ya que ni siquiera el 1% de los lectores participaba en los mismos.

Quizá una de las notas más sinceras e irónicas es la de Vice, acorde con la línea editorial del medio, que al cerrar la posibilidad de comentarios en diciembre de 2016, se disculpaba con los comentaristas constructivos y argumentaba que no tenía problema con los insultos que les acusaban de ser portavoces de la CIA, estar vendidos a Murdoch, o ser un medio 'mierdoso en general', pero lo que no podían consentir por más tiempo eran las amenazas directas a periodistas o entrevistados, ni la proliferación de un lenguaje de odio contra todo colectivo imaginable.

Por otro lado, y siguiendo la misma línea, otros medios, como Vox o Quartz, o incluso la plataforma de blogs Medium, han surgido en los últimos años sin opciones de comentar sus noticias o publicaciones, aunque no podemos pasar por alto que gran parte de las interacciones que hace años se producían en las webs de los medios ahora se han trasladado a las redes sociales, que agrupan la mayor parte del diálogo de los lectores con los medios y los periodistas.

De todos modos, este tipo de medidas suponen la asunción del fracaso de un modelo que surgió amparado por el sueño de la bidireccionalidad, el diálogo de los medios con los lectores, y la vinculación de los usuarios y los periódicos, y que se ha convertido en muchos casos en una pesadilla plagada de spam, ruido, contenido irrelevante y amenazas de trolls vociferantes. A pesar de todo, sería un error que los medios aprovecharan esta situación para intentar volver a un modelo ya superado, en el que la comunicación con los lectores era unidireccional y paternalista, y se perdiera por lo tanto la oportunidad de escuchar todo lo que los usuarios tienen que decir y de que estos enriquezcan con un debate constructivo y plural las informaciones.

Nos encontramos ante un buen momento para que la mayoría de los medios, que sí mantienen sus secciones de comentarios, realicen una autocrítica sobre cómo las han gestionado, ya que habitualmente han sido una parte desatendida y sin un objetivo claro (más allá de los tópicos 2.0 sobre la participación) y repensar por qué y cómo tienen que dar voz a los lectores.

El año pasado la revista Poynter entrevistaba a Nick Diakopoulous, un profesor de la Universidad de Maryland, y este comentaba que un buen comentario debe ilustrar y ampliar la perspectiva sobre una historia y debe estar basado en el conocimiento o la experiencia, y añadía que «un gran comentario es aquel que podría aparecer citado en la propia historia». En esa línea, y marcando una senda interesante, el New York Times es uno de los principales defensores de la participación de los usuarios, a la que ha dedicado importantes recursos, y se ha implicado para ello en diversos proyectos tecnológicos (el último en coordinación con Alphabet, una filial de Google) destinados a aumentar la calidad y al mantenimiento de secciones con una participación reflexiva y civilizada.

Probablemente esa es la opción más acertada; no tirar la toalla y buscar soluciones que potencien los aspectos más positivos y eliminen o al menos pongan sordina a los negativos.