Lo malo de tener un espacio los martes es que uno nunca sabe qué pasó ayer, cómo se desató la semana de noticias. Escribiendo desde ese silencio informativo que es el domingo por la tarde, solo puedo hacer conjeturas, contar generalidades o recurrir a las batallitas. Me he perdido, por ir al grano, el capítulo de ayer del culebrón Moción de censura. Vamos pues con esos tres trucos y que sea lo que Cohen quiera. Sí, Leonard. Ése. Sí.

El megaevento retroviral que ha arropado a Susana Díaz este fin de semana en el anuncio de su candidatura a la secretaría general del PSOE nos ha dejado cierto sabor a rancio en los ojos y una idea aleteando en la cabeza: qué tremendo engorro es, para los partidos políticos, eso de la democracia interna. La posibilidad permanente de un plan b contra tu panda te obliga a mantenerte en guardia todo el tiempo, a comerciar con fontaneros, a dedicarle más tiempo del confesable a los líos internos. Y luego están, además, los congresos y primarias, que consumen unas energías y unas ansiedades que, de no haber prohibido Soria las renovables, podrían electrificar medio país. Por no hablar del inevitable fango que acaba salpicando las cuatro esquinas de la imagen de tu organización. Tres candidaturas consecutivas llevo en el cuerpo y creedme, sé de lo que hablo. Pero decidme si no es peor lo otro. La ausencia total de planes b. La verticalidad de monasterio. El voto de obediencia. El de silencio.

En el PP, donde si uno pronuncia el término 'primarias' lo normal es que alguien informe inmediatamente de ello al Santo Oficio, eso del plan b no saben qué es lo que es. La mayoría pone una silenciosa cara de póker, que probablemente es lo más inteligente cuando te hablan en húngaro, como hizo el otro día Alberto Garre al despedirse de sus compañeros. Algunos aventuran «-¿B? ¿La inicial de Bulgaria?». A otros se les pone una sonrisilla, creyendo que les estás hablando de esos sobrecitos que repartía Luis ídem, que en Hacienda todo el mundo del ministro para abajo llama delito fiscal y que en Chicago años 20 denominaban (esto sí lo entendemos) rispetto.

Y es que en los monasterios trapenses se vive, ante todo, tranquilo. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer, que comúnmente es lavar los trapos y fabricar cerveza, sin necesidad de hablarlo. En la contemplación, el amor a dios y el rezo del ángelus cervecero con los jueces del TSJ se va la vida, tan callando. Pero, ¿qué pasa cuando lo que huele mal es el abad en persona? Pues ahí vienen las mater amatisima, porque plan b, lo que se dice b, no hay. Se echan balones fuera, se celebran ceremonias de BEatificación del amado líder, se recupera la campaña del BE water, my friend y, sobre todo, se dice mucho be. Beeee, incluso. Pero no funciona. Por mucho que se le invoque, el repuesto no aparece, y el fantasma del hermano Eduardo Contreras, el de Molina se aparece a los monjes al dar las vísperas.