He buscado la felicidad. Y la he encontrado. Hoy en día es fácil encontrar cualquier cosa gracias a Google. Basta con teclear en el recuadro aquello que requieres y, como por arte de magia, en un pis pas, aparece ante tus ojos. ¡Ojalá fuera tan sencillo! En realidad, lo único que he encontrado al buscar el término han sido múltiples definiciones y, la verdad, no me quedo con ninguna. Es más, la primera que ofrece el buscador me parece lamentable: «Estado de ánimo de la persona que se siente plenamente satisfecha por gozar de lo que desea o por disfrutar de algo bueno». Sin comentarios.

Si me he lanzado a abordar este asunto es porque hemos iniciado esta semana con la celebración el lunes pasado del Día Mundial de la Felicidad y, sobre todo, porque me ha llamado la atención que la ONU sitúe a España en el puesto 34 del ránking de países más felices del mundo que elabora cada año. ¡Venga ya! Seguro que tenemos mucho que mejorar para alcanzar la excelencia en el estado del bienestar que todos perseguimos y en el que se basa esta clasificación, pero de ahí a que los ciudadanos más felices del mundo sean los de países donde apenas pueden salir a la calle porque se les congela hasta el alma va un trecho. Mientras nos sirva como acicate, bienvenidos sean estos análisis, pero creo que eso de que como en España no se vive en ningún sitio no es sólo una frase hecha.

Procuro centrar esta columna en nuestra Cartagena y nuestra Región, pese a que no siempre lo consigo. Por eso, me he preguntado qué necesitamos los cartageneros para ser felices. No tengo la respuesta. ¿Quién la tiene? Sí, ya. Algunos dirán que ser una provincia independiente de Murcia, pero vuelvo al principio. ¡Ojalá fuera tan sencillo! Aunque por probar tampoco pasaría nada.

La primera imagen que me viene a la cabeza al hablar de felicidad es la de un niño, la de decenas de niños correteando, persiguiéndose, subiéndose por cuerdas, tirándose por toboganes, cayéndose al suelo, tropezando, lloriqueando por el susto y levantándose al instante con una sonrisa de nuevo en la boca para seguir correteando y jugando. Ajenos a los problemas y calentamientos de cabeza que nos empeñamos en crearnos los mayores y que, a veces, conseguimos dejar a un lado mientras contemplamos a los pequeños jugar, jugar sin más, sin más intención ni objetivo que disfrutar de lo que están haciendo, de lo que hacen en cada momento sin pensar en las consecuencias ni en qué vendrá después, sin prisas ni agobios, sin presiones, sin malas caras, sin reproches, sin dobles intenciones, sin mociones de censura, sin pintadas irrespetuosas, sin agresiones. ¿Será eso la felicidad? Y si es así, ¿dónde puedo encontrarla en Cartagena? ¿Cuántos parques con columpios y atracciones para nuestros niños hay en nuestra ciudad que estén en condiciones y que, de paso, tengan una terraza donde tomar una cerveza o un refresco? Tengo la suerte de tener uno cerca de casa, Los Juncos. Lo frecuento con mis peques siempre que puedo. Estos últimos fines de semana, en los que el buen tiempo ha acompañado, estaba a rebosar de mayores y de niños disfrutando del descanso y relajación que ofrece un espacio como este parque, aunque también tendría cosas que mejorar. ¡Vaya! Ya me ha salido el adulto inconformista.

En fin, que por ese afán de reivindicar que siempre posee esto de la escritura, reclamo más espacios de felicidad en nuestro municipio, en los que podamos ver a decenas de niños enseñándonos que el secreto para ser feliz es darle a las cosas la importancia que realmente tienen, pero no más, y no darle más vueltas a lo que no tiene arreglo, corregirlo, levantarse y seguir correteando. Tal vez, por eso, me ha apenado pasear estos días por nuestro muelle y comprobar que la zona donde se hallaban los quioscos modernistas que ya han sido retirados se ha transformado en una explanada vacía, desierta. ¿De verdad era tan mala la idea de ubicar en este lugar un parque infantil temático vinculado con el tesoro de ´La Mercedes´ que se custodia en el Arqua? ¿Tan malo era convertirla en una zona para los niños y sus familias que, de paso, tuviera cerca una terraza donde tomar una cerveza o un refresco? Apostaría a que se hubiera llenado, como se llena el parque de Los Juncos.

Una cosa es no tapar las vistas al mar con hormigón armado, como reclamamos miles de cartageneros, pero otra muy distinta es dejar un espacio tan diáfano que no tenga nada. ¿No hubiera sido mejor llenar este espacio de alegría? Aunque lo cierto es que los propios cartageneros ya expresamos en una encuesta que se llevó a cabo en el año 2012 con el fin de resolver qué hacer en el muelle para que dejemos de vivir tan de espaldas al mar que lo mejor era no hacer nada.

Quizá tenemos lo que queremos. O quizá estamos tan ciegos que somos incapaces de disfrutar de los miles de momentos de felicidad que nos ofrece cada día. Y es que podemos quedarnos sentados a esperar a que la felicidad nos llegue o, por el contrario, podemos lanzarnos a su búsqueda constante. Porque quizá ser felices dependa de nosotros más de lo que pensamos. Y es que me ha convencido lo que decía una conferenciante en uno de esos vídeos que se hacen virales: «La felicidad es una actitud, una decisión personal».