Este año, los interinos del cuerpo de maestros han vivido una situación de auténtica montaña rusa. Aunque parece que ya está todo más o menos claro, hasta hace un par de semanas los interinos de toda España todavía no sabían si tenían o no tenían oposiciones. Un día salía en la prensa las declaraciones de alguien del Gobierno autonómico diciendo que sí para horas más tarde salir otro diciendo que no. Y todo eso, a tres meses vista de un hipotético examen de oposición donde los interinos se juegan no solo una plaza sino el trabajo de dos años. Eso es lo que se llama 'previsión'. Sin embargo, lo peor de todo este asunto no es la falta de previsión, sino la falta de respeto.

Como este año en la mayor parte de las Comunidades autónomas no tocaba oposiciones de primaria, muchos interinos decidieron a principio de curso matricularse en algún idioma, en algún master, en alguna adaptación a grado o en algún grado. En muchos de esos grados o másters, las universidades les piden entre 3.000 y 7.000 euros; un auténtico robo si tenemos en cuenta que la preparación que ofrecen no vale (en muchos casos) ni siquiera veinte euros. En realidad, algunas de estas universidades se aprovechan de la necesidad de los interinos por conseguir puntos para exprimir sus bolsillos comportándose como si fuesen pequeñas mafias recaudadoras. Lógicamente, al existir la posibilidad de unas oposiciones, muchos interinos tuvieron que abandonar sus cursos o sus másters arriesgándose a perder todo el dinero. Sobre este asunto hay que señalar también que la pública es de las pocas empresas que actúa de ese modo, ya que, por ejemplo, si en una empresa aparece un nuevo modelo de soldadura la empresa en cuestión tiene la obligación de formar a sus trabajadores. Sin embargo, en la educación pública esto no sucede. Se les exige a los docentes que sepan inglés, por ejemplo, pero, a cambio, no existe ni formación gratuita ni ayuda para la formación por parte de las consejerías.

Por otro lado, parece increíble que mientras desde las consejerías de Educación se habla de evaluación continua como la forma más justa para evaluar a los alumnos, a la hora de evaluar a sus trabajadores lo haga en las peores condiciones posibles. Es decir, a finales de junio, cuando los cuerpos y las mentes están ya agotados por el curso, a cuarenta grados a la sombra, en tan solo dos exámenes y teniendo que levantarse a las seis de la madrugada para llegar a tiempo al llamamiento y salvar la hora y media de retención en la autovía. En esas condiciones, lógicamente, el que llegue vivo ya tiene un montón de posibilidades de sacar la plaza.

Desde las consejerías y desde el propio ministerio de Educación se habla constantemente de la importancia de los docentes en nuestra sociedad. Sin embargo, en vista de su actitud, esto parece solo palabrería barata. En las manos de nuestros maestros y de nuestros profesores (tanto funcionarios como interinos) está el futuro de nuestros hijos, el futuro de nuestra sociedad, el futuro de nuestro país. Su responsabilidad es de tal magnitud que merecen por parte de la Administración (y de toda la sociedad en general) no solo un trato exquisito sino la máxima admiración y el máximo respeto. No se puede jugar con sus ilusiones, con su trabajo o con sus vidas como si fuesen simples marionetas.