Al terminar la clase, se acercó a preguntarme algo y luego se quedó un buen rato hablando conmigo. Es ese tipo de personas que tienen la rara habilidad de tirarte de la lengua sin que te des cuenta. Empiezan diciendo algo aparentemente banal, le dan unas vueltas y, mientras tú estás todavía intentando comprenderlas para responder algo con sentido, te lanzan una pregunta que no tiene nada que ver con lo que están contando y, además, formulada de varias maneras de modo que apenas parece una pregunta. Y uno contesta con la máxima claridad, esforzándose en sacarla de su confusión, como si lo necesitara.

Entre unas cosas y otras, vino a decirme que cada vez creía menos en que las cosas perduren, y pensaba sobre todo en los asuntos del corazón. El amor se termina. ¿Y qué hace uno entonces? ¿No será más natural el cambio? ¿Cambiar cada cierto tiempo de ciudad, de trabajo, de amor? ¿Hacer borrón y cuenta nueva con todo y empezar una nueva vida? Me dijo que tenía ya 28 años y que la vida se presentaba todavía como un campo de experimentación con muy pocas, o ninguna, cosas ciertas. Me preguntó si la vida nos va dando alguna certeza o, por el contrario, nos va quitando las pocas que tenemos. Preguntas así nos obligan a intentar recordar, sin trampas, cómo éramos nosotros entonces. ¿Qué esperábamos de la vida? ¿Están ahora los jóvenes más desengañados?

¿Se puede amar sin la ilusión de que el amor puede perdurar? Mientras me miraba con esa sonrisa suya mitad traviesa mitad triste, todas esas preguntas cruzaron por mi cabeza y, aun sabiendo que no tenía una respuesta, le contesté más desde los restos de la ilusión que desde la experiencia: el amor no puede tener fin, pues en realidad empieza justo cuando acaba. Si el amor es la aventura humana más profunda y misteriosa, vive también en sus heridas. Cuando alguien dice que el amor se acaba está solo diciendo que no está dispuesto a amar de verdad, es decir, en el momento en el que, más allá del azar y del destino, somos libres para elegir y empezar a amar. ¡Qué seguros estamos en el hechizo del enamoramiento! Pero el amor libre no tiene nada de seguro. No le dije nada más, pero le recomendé que leyera la última novela de Margaret Atwood, Por último, el corazón, donde se dice: «Nada está zanjado. Cada día es distinto. ¿No es mejor hacer algo porque lo has decidido tú en vez de hacer las cosas porque tienes que hacerlas?»