Es muy conocida aquella historia, por lo demás verídica, de Josep Plá, en su primer viaje a EE UU, llegando de anochecida al estuario de New York, cuando vio, atónito y extasiado, la gigantesca iluminación de los rascacielos de Manhattan, cuyas primeras y asombradas palabras fueron, «?y todo esto, ¿quién lo paga?». Y es que los siervos de la gleba, los ciudadanos de medio pelo, que cada vez somos más en este patio de Monipodio que es España, en manos de cada vez menos señores de feudales capitales (la desigualdad en nuestro país, constata la UE, es una brecha cada vez más de la Edad Media), los Juan Nadie de por aquí, tendemos a creer que las grandes cosas se pagan a sí mismas, del mismo modo que el universo provee a sus mundos. Y nada más falso. Esas grandes luces las pagamos los pobres y pequeños. Por eso, es una buena práctica, cuando vemos y admiramos las obras públicas, las pirámides que los políticos levantan para nuestro «¡ooohhhh...» y a su mayor gloria y esplendor, preguntarnos, como el señor Plá, ¿y esto, quién lo paga?

Y es que vivimos de ensoñaciones, y creemos que el dinero siempre es de algún otro, algún alguien más fuerte y poderoso, y, es verdad, pero lo hemos puesto en sus bolsillos entre todos, de nuestras costillas. Recuerdo a aquella alta funcionaria declarando ante el magistrado en el juicio a Nóo: «Lo de que Hacienda somos todos, es un cuento, una leyenda?». Naturalmente, Hacienda somos unos más que otros. En realidad, Hacienda somos todos los pobres, que pagamos el 84% de los ingresos, y los beneficiarios son los ricos, que solo aportan el 16% restante (son sus propios datos). O aquella otra estadista socialista ante una reclamación judicial, cuando se le escapó aquello de que «el dinero público no es de nadie». Quiso decir que está ahí para quien lo coja, que no tiene dueño, que es una entelequia para financiar entelequias: un auditorio, un aeropuerto, una independencia?

Sí, hasta los nacionalismos se pagan con dinero público. Como el nacionalismo catalán está siendo sufragado con los dineros de los impuestos de los ciudadanos españoles, que ingresan, engrosan y engrasan los organismos catalanes a través del Estado. Hasta el famoso 3% ilegal con que los partidos de su Gobierno se financian de mordidas a empresas? de toda España, sí, de toda España, hasta de aquí, de nuestra región murciana, que se adjudican con tal inmoralidad servicios públicos pagados de dineros públicos. A mayor tajada, mayor costo, el pueblo invita. Exactamente lo mismo que la tristemente famosa trama Gürtel, igual que la casi totalidad de los juicios por corrupción que se siguen en España. Lo de menos es financiar una infraestructura inútil, o de mantenimiento brutal o inviable (a veces solo sirven para colocar próximos) lo importante es el bocado en el importe incrementado de la obra. El ciudadano paga. Usted y yo pagamos. Y a más pobres, mayor tajada.

Pero es que la cosa no se queda solo en eso. La absoluta totalidad de los partidos que nos gobiernan, bien por vía de impuestos, bien por vía de financiación ilegal (corrupción), bien por ambas vías, al final, todo ese dinero sale de los mismo bolsillos: los nuestros. La cuestión es: ¿está dispuesta la ciudadanía a dar un puñetazo en la mesa? Aquí, en este país, desde luego, lo dudo mucho. El último Indice de Percepción de la Corrupción internacional vuelve a colocarnos a un nivel de auténtica vergüenza. Tenemos políticos corruptos nacidos de un pueblo corrupto.

Un solo ejemplo ilustrativo. En Rumanía? sí, Rumania he dicho, la gente se ha tirado a la calle durante casi dos semanas, día tras día, hasta que ha forzado a su Gobierno a retirar la despenalización de funcionarios y políticos adictos a los sobres. Vuelvo a repetir: en Rumanía? Aquí, en España, una ministra sale mintiendo y estafándole los cuartos a los pensionistas, o un fiscal general sale diciendo que aquí manda él sobre toda fiscalía, o docenas de políticos que se lo están llevando crudo bajo discurso de víctima de persecución, y nos quedamos tan tranquilos, y tan frescos, y tan estúpidamente pero estupendamente, ignorantes. Y preferimos preguntarnos, como don Josep, ¿y todo esto, quién lo paga?

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