No sabemos cómo terminará la función. La del Auditoriogate. Aunque se empieza a intuir. En este gran teatro político de la región sigue habiendo demasiados personajes en busca de autor. En los partidos, claro está, pero no sólo en los partidos, también en otras esferas. Empezando por Pedro Antonio El Imputado, monarca cuyo trono peligra, siguiendo por González Tovar, príncipe aspirante, y terminando por Sánchez y Urralburu, colaboradores necesarios para dar un giro a la trama e inclinar la balanza de un lado o de otro.

Todos ellos están ahí «anhelando existir, consumar y manifestar su propio destino», buscando el guión que les ayude a dar forma a su drama. Enredados, como decíamos la semana pasada, en sus palabras y en sus actos.

Pero si sacamos a los personajes del escenario y los devolvemos a la realidad, algo así como hizo Woody Allen en La rosa púrpura del Cairo, nos encontramos con que ésta es mucho más sencilla que la obra que están representando. Por lo menos aparentemente. Todo está en saber a qué juega cada uno, sobre todo Ciudadanos.

Recapitulemos. Hubo unas elecciones autonómicas que ganó sin mayoría absoluta el PP. Para ser nombrado presidente, PAS necesitó los votos de Ciudadanos, con una condición, que si era imputado tendría que dimitir. Así lo corroboró públicamente ante todos los murcianos. Pero hace un mes que fue imputado y ahí sigue. «¿Dimitir, de qué?? Dimite tú» es el viejo grito de guerra de los populares. El partido de Rivera, apelando al cumplimiento del punto uno del pacto, le ha pedido que se marche. Sí, pero con la boca pequeña. Con ultimátum incluido, es verdad, pero que nadie se cree, y que más que a sentencia suena a prórroga.

Frente a este impasse, se alza la voz de un sector de la ciudadanía, en el que me incluyo, que pide a las tres fuerzas que abogan por el cambio en la Región de Murcia, PSOE, Podemos y Ciudadanos, que lleguen a un acuerdo que permita que se forme un Gobierno de Progreso. Fuerzas todas ellas que se proclaman del cambio, representan al 60 % de los votantes y están legitimadas, al disponer de mayoría parlamentaria suficiente, para articular, en la forma que consideren oportuno, un Gobierno que acabe en la región «con la corrupcio?n y el clientelismo». Un Gobierno que «revierta los recortes, defienda la sanidad y la educacio?n pu?blica, los derechos laborales, la cultura, la ciencia y el medioambiente, que proteja a los autónomos, ayude a las pymes y cree empleo». Un Gobierno, en suma, que tenga como objetivo prioritario la 'regeneracio?n democrática'.

No faltará quien considere esta petición como acto voluntarista y, si me apuran, incauto. Y a la vista de cómo están las cosas, es probable que no vayan desencaminados. Pero alguien tenía que decirlo y proclamarlo. Frente al pensamiento tradicional de unir lo de siempre, quizá haya llegado la hora en la región de buscar nuevos horizontes. Con valentía, tan alejados del optimismo ingenuo como de la aprensión preconcebida. Imbuidos de lo que Francisco Jarauta, una de las mentes mejor amuebladas y lúcidas de la región, llama escepticismo apasionado.

El problema es que en esta ceremonia de la confusión ni siquiera los propios protagonistas saben a lo que juegan. Cuesta creer, por ejemplo, que Ciudadanos vaya destruyendo un puente tras otro, hasta quedarse solamente ante el abismo de las elecciones anticipadas.

El problema es que todos temen saltar del escenario a la realidad de la calle. Resulta más cómodo quedarse entre las bambalinas del teatro de la política. Con su gestualidad vacía, sus proclamas huecas, sus tejemanejes. Y creedme, esta obra, la del Auditoriogate, se empieza a parecer cada vez más a aquellas representaciones griegas o romanas en que una grúa ( machina) introducía desde fuera del escenario a un actor que interpretaba a una deidad ( deus) para resolver una situación. Un dios externo que zanja una historia sin seguir su lógica interna. ¿Es eso lo que va a ocurrir aquí? ¿Lo que esperan algunos que ocurra? En cuanto a quién podría ser ese dios traído del cielo por una grúa, no hace falta ser muy sagaz para aventurar que viene vestido con toga y birrete.