A finales de mes habrá dos obras del polifacético Óscar Tusquets en la Bienal de Londres, metrópolis que acogerá en una de sus galerías el resto de propuestas de la exposición Gran Benidorm que el autor colgó este otoño en la barcelonesa Ignacio de Lassaletta ramblera, dentro de un encargo con idea de aportar soluciones a los problemas de sobrepoblación. Para el arquitecto, diseñador, pintor y escritor de sonoro apellido «Benidorm es uno de los lugares mejor construidos del mundo gracias a que hace más de medio siglo se apostó por un urbanismo nuevo que, de haberse seguido, habría dejado gran parte del litoral libre de edificación. Hay estudios que cifran en 12 ´benidorms´ el total de lo construido en la costa española». Pero buenos somos. No solo no se apostó, sino que a pesar del tiempo transcurrido, del resultado obtenido, de la opinión de urbanistas y de expertos de aúpa, los prejuicios sobre el modelo subsisten. Al día siguiente de presentar su colección, el autor se desayunó con una frivolidad de Ramón de España en El Periódico en la que el buen hombre se cachondea de la ocurrencia y de paso de la villa a base de simplificaciones impropias de alguien que, si tras parir El manicomio catalán se consagra como diana de nacionalistas, está capacitado de sobra para presentir que bajo ese enjambre de rascacielos habita la capital cosmopolita del país. Yo, que no soy fanático como Tusquets y que me tira más Altea, donde he visto a los Stones, al Boss, a Caetano Veloso... ha sido en Benidorm que, amén de insuflar pulmón por un tubo a Guadalest y a lo que no es Guadalest, congrega por calles y garitos auténtica globalización vital junto a la constatación de que quienes fueron con la prevención de marras repiten Imserso, más esa gama inabarcable de servicios que dificilmente defrauda, playas cuidadas, limpieza y una nómina de alcaldes en la que hasta el peor ha querido a la ciudad mil veces más que tantos ejemplos en otros parajes que tenemos encima o bien cerquita. Anda, que si llego a ser fanático...