El trío de vástagos ha aprovechado el fin de semana portador del Día del Padre para poner pies en polvorosa y asistir, junto a un racimo variado de plebe amiga, a la grabación de Ilustres ignorantes.

Por muy importantes que se crean, ni Telefónica ni Endesa ni Mapfre ni Ikea ni el cortinglés ni nunguna de esas virguerías de banca reconstituidas a base de bien con nuestros leucoeuros tienen nada que hacer frente al negocio de ser padre. Sin éste, ningún otro existiría se ponga el Ibex como se ponga y eso que una buena proporción de los que lo montan se meten a ciegas porque si se lo piensan...

La parte correspondiente al padre, que es la que se celebra, no es que se ponga manos a la obra sin percatarse ni por asomo de lo que se le viene encima es que, cuando ya está de lleno en el empeño, se entera tradicionalmente de lo que se entera. Siendo muy optimistas, de lo justito. Ahora que el curro está como está igual se sitúa más pero, cuando se estilaba hasta el pluriempleo, su figura de cara a los críos alcanzaba el rango de ente difícil de catalogar. Y, a pesar de ello, no nos podemos engañar; existir, existen y, estar ahí, están.

¿Pero cómo? En multitud de casos desnortados suena suave. Ellos estiman que les corresponde el papel, al que por los siglos de los siglos se ha investido de grave, de poner orden y, cuando ese paraíso que es la convivencia extrañamente gripa, descubre para su estupefacción que quienes salen al quite y aportan la mayor dosis de naturalidad a fin de que retorne el remanso es la basca infantil desde su incipiente estadío, con lo cual el hombre de la casa empieza a cuestionarse si no es que lo llaman así irónicamente. A partir de ahí, todo irá a velocidad supersónica; las relaciones pasarán por fases de todos los colores y a lo máximo que aspirará el progenitor a la hora de ser juzgado es a merecer eso que los romanos denominaron ´piedad filial´. Cierto es que hay ´ilustres imbéciles´ sin hijos, pero no lo duden: teniéndolos es mucho más fácil coronarse.