Los liberales, todo hay que decirlo, resultamos bastante tocapelotas. A nadie realmente le gusta el liberalismo, aunque a mucha gente le guste ponerse la etiqueta de liberal. Recuerdo cuando en el Partido Demócrata Liberal, el fundado por Joaquín Garrigues Walker, miembro de una insigne familia que mantuvo mientras que pudo encendida la llama del liberalismo en España, hicimos una camisetas con el lema «Yo soy liberal». Tuvieron un éxito arrollador e hicieron furor entre la muchachada politiquera de las buenas familias (todo hay que decirlo) en esos años de la Transición.

Pero ser liberal significa recordarle a todo el mundo y de forma continua e insistente que no pueden existir privilegios en nuestra sociedad, que todos los oficios y beneficios deben someterse a la libre competencia, y que la libre competencia no se desarrolla y mantiene por sí misma, sino que hay que conquistarla continuamente y defenderla de los ataques de los grupos de intereses que en una sociedad se van generando de forma natural, más o menos espontánea.

Empezando por los empresarios. A los empresarios no les gusta nada la competencia, excepto cuando están empezando y quieren abrirse camino. A los empresarios lo que les va son los monopolios, el capitalismo de amiguetes y la defensa frente a la competencia, nada de defensa 'de' la competencia.

Cógete a las empresas del Ibex 35 y asistirás al espectáculo permanente de auténticos oligopolios en el camino de convertirse en monopolios de facto. Y si miramos a Estados Unidos, veremos a las grandes corporaciones (desde la época de los robber barons) intentando siempre ocupar todo el espacio de su mercado, echando con mejores o peores artes, normalmente peores, a la competencia. Mira al tipo ese que fundó el paypal, Peter Thiel, que en un ataque de espontánea sinceridad proclamó que «lo de competir es para los perdedores».

Los liberales, por tanto, no dejamos de ser sino unos desagradables aguafiestas. Les aguamos la fiesta a todos aquellos que han conseguido establecer, después de mucho esfuerzo o, en muchos casos, después de muchas generaciones familiares, las conexiones necesarias para eliminar a su competencia y quedarse con todo o gran parte del pastel.

Y cuando no son las mejores familias, o las grandes empresas, son los gremios o asociaciones de intereses. Y ahí es donde muchas veces los liberales nos convertimos en gente francamente impopular, ya que los sindicatos y gremios se venden al conjunto de la sociedad como parte de ella, con intereses coincidentes con los de la generalidad del pueblo soberano. Y eso es una mentira cochina, ya que los intereses de un grupo suelen ir necesariamente en contra de los intereses generales, de lo contrario no habría ninguna necesidad de defenderlos en la calle y de forma violenta, como suelen hacer los gremios.

Las famosas mareas contra lo recortes no dejaban de ser sino un grupo social insolidario que pretendía torcer la voluntad mayoritaria para mantener sus privilegios, su statu quo, o sus derechos, que cada uno lo mira a su manera. La cuestión es que la mayoría suelen ver estas reivindicaciones como propias, ante lo que los liberales, que defienden por encima de todo el fin de los privilegios de todo tipo y la primacía del bien común frente a los intereses organizados, aparecen de retruque como los enemigos del pueblo al que realmente defienden.

Pues bien, esta explicación sobre lo que es ser liberal, y el papel tan antipático que siempre nos toca ejercer, la traigo a colación porque yo, que siempre he votado al centro reformista y progresista, cuando se me ha dado la opción, me he llevado la mayor decepción política de mi vida al comprobar cómo un autoproclamado partido liberal, Ciudadanos, se ha alineado con lo más casposo de la política nacional, el partido de los ERE, y nada menos que con los comunistas de nuevo cuño, para tirar abajo una ley de mínimos que hubiera mermado, ni siquiera acabado, con los obscenos privilegios de la mayor asociación mafiosa de este país, que es el Sindicato de la Estiba. Espero que alguien les haya recompensado lo suficiente por su indecente traición a los principios liberales. De mi parte, a partir de ahora, solo recibirán el más absoluto desprecio.