Eran tiempos (se iniciaba la década de los años diez del pasado siglo) en que comenzaron a escribirse, de manera balbuceante y sangriento lenguaje, las primeras páginas del libro de la aviación española y en la que Murcia siempre ostentó un papel destacado, merced a la bondad de su clima y a la suavidad de su relieve.

Una esforzada e increíble historia escrita por orates, pues por locos fueron tenidos en su tiempo aquellos iluminados precursores de un fabuloso fenómeno que a nosotros, a fuerza de contemplarlo desde la distancia del tiempo, se nos ha convertido ya en rutinaria peripecia de todos los días: el transporte de pasajeros y mercancías por el aire.

Viene el asunto a colación por la polémica que, desde hace años, suscitan nuestros aeropuertos: el de San Javier y el nunca estrenado (de seguir así quedará obsoleto antes de su estreno) aeropuerto internacional de Corvera, cuyo asunto parece moverse en los últimos días, según declaraciones del consejero de Fomento. Aunque el que esto pergeña sea de la opinión de que cuando una cosa funciona hay que dejarla estar, en referencia al aeropuerto de dos pistas y de utilización conjunta, civil y militar, de San Javier.

En 1935 cuando la Cámara de Comercio de Murcia celebró un homenaje en sus salones en honor del inventor de Autogiro, Juan de la Cierva; fue entonces cuando se lanzó la iniciativa de dotar, a la entonces provincia, de un aerodrómo de carácter civil, con la finalidad de facilitar la salida de la producción murciana, con las garantías de rapidez y buen acondicionamiento que reclamaba la naturaleza de sus productos perecederos. Por ello, la Cámara acogió con interés tan feliz iniciativa creando una comisión integrada por elementos de su seno, la cual inició sus gestiones, fijando el campo de Alcantarilla como el lugar más adecuado a los fines que se perseguían.

La guerra paralizó las gestiones, y tras ella, la Cámara, por iniciativa de Adrián Viudes Guirao, volvió a considerar que la existencia de un aeropuerto en el corazón de la huerta era una necesidad imperiosa que ya reclamaban las exigencias de un transporte moderno y eficaz.

Mucho tuvo que ver en la retomada iniciativa de Viudes Guirao en el seno de la institución cameral la opinión de su hijo, el siempre genial Adrián Luis Viudes Romero, hombre adelantado a su tiempo (creador de la moto Sadrián) que obtuvo el primer carnet de piloto de Autogiro en la base británica de Croydon, de la mano del mismísimo Juan de la Cierva Codorníu, con cuyo nombre ilustre se pretendía bautizar el futuro aeropuerto murciano.

Ya en los inicios de los años cuarenta y debido a gestiones de la Cámara, se celebró solemnemente la inauguración de una línea de aerotaxis que ponía a Murcia en comunicación con el resto de la península y a ésta con otros países del entorno europeo y africano. Pero el comercio, la agricultura y la industria murcianas aspiraban a mucho más, y fue por el empeño de la Cámara de Comercio en construir un aeropuerto, según refiere la prensa de aquellos años, con pistas de despegue capaces de resistir el peso de las enormes aeronaves que pudieran transportar hasta 12 toneladas de mercancía. El presupuesto estimativo para la construcción de aquel aeropuerto de una sola pista, ascendía a seis millones sesenta y una mil doscientas veinte pesetas con cuarenta céntimos.

Desde entonces hasta ahora seguimos mareando la perdiz, nos aburren con el asunto de nuestros aeropuertos, una moda que surgió a finales de los noventa y que no termina de levantar el vuelo de una forma clara y contundente para que beneficie, de forma ágil, a nuestras exportaciones, así como al tráfico de pasajeros.