Será porque mañana es su día, pero las dos noticias que más me han sorprendido esta semana me recuerdan a mi padre. Tranquilo y sereno por fuera, es puro nervio y pasión por dentro. Lo normal es verle relajado y, sin embargo, siempre tiene mil cosas que hacer. Él sería feliz si los días pudieran alargarse, para llegar a todo lo que tiene planeado, pero también para descansar lo necesario y rendir al día siguiente en plenitud de condiciones. No para, no sabe estar parado y, aunque me saca treinta años, ya quisiera yo para mí su vitalidad, su energía y su fuerza de voluntad. No sé si se lo he dicho personalmente alguna vez y, por supuesto, tiene sus defectos, como todos, pero para mí es un ejemplo a seguir. Y. como en tantas otras cosas en mi vida, me ha ayudado y me ha inspirado, como ahora.

Paz y amor es lo que siempre pide mi padre cuando le preguntas qué regalo quiere. En realidad, es bastante simple. O quizá no tanto. Con esas tres palabras, lo que de verdad reclama es que la tranquilidad impere y que mis hermanos y yo procuremos no darle demasiados disgustos ni a él ni a mi madre. Hacemos lo que podemos. Aún así, si algo nos ha demostrado es que, cuando de verdad lo necesitamos, cuando las cosas se tuercen, cuando acudimos en busca de su apoyo, siempre está ahí. ¡Gracias, papá y muchas felicidades!

Bueno, se acabaron las cursilerías, como me reprocha mi amigo Kike. La frase que siempre me recordará a mi padre me sirve para comentar las dos noticias que esta semana me han llevado a subir el volumen de la radio, a dejar lo que estaba haciendo y a centrar toda mi atención en lo que decía el locutor a través de las ondas. Una de ellas la conocimos ayer mismo y copa las portadas de hoy. Se trata del anuncio de ETA de que procede a su desarme total. Me llama la atención que sean precisamente estos asesinos los que hagan un gesto de paz, en estos momentos, en los que parece que las tensiones crecen en un mundo cada vez más loco. Europa vive la continua amenaza de unos fanáticos religiosos que provoca que cualquier susto, por mínimo que sea, nos lleve a pensar que han sido ellos y que, en cualquier momento y en cualquier lugar, pueden sembrar el terror. Se ha desatado en el viejo continente un rechazo más generalizado de lo que debiera hacia los inmigrantes que huyen de ese mismo miedo, porque en sus países el terror ya es crónico. Y al cierre de fronteras que les niega la esperanza a los refugiados y que amenaza con hacer trizas la Unión Europea, se suma la peor de las barreras, la que se está levantando en las conciencias de millones de ciudadanos que respaldan a aquellos que creen que la paz es un derecho propio, pero no de quien no comparte su procedencia, su raza o su religión.

Tensiones que en España se traducen en el mayor pulso que jamás antes ha planteado una región contra la unidad de nuestro país y en la que sus protagonistas se llenan la boca al reclamar la democracia que ellos se niegan a respetar. No sé si, antes o después, lograrán su objetivo, pero lo que sí consiguen es la antipatía de buena parte de los ciudadanos del resto del país y que no se merecen los millones de catalanes que se sienten tan españoles como el que más. Tensiones que fomentan quienes se alejan del sentido común y despiertan viejos odios en favor de un anticlericalismo obsoleto, que lo único que provoca es un debate infructuoso, innecesario y peligroso que, además, perjudica los más débiles, a los mayores y los discapacitados que no pueden salir de casa y para los que la misa por televisión supone un alimento para su alma y para su fe que quienes van de progresistas y respetuosos son incapaces de respetar.

Y tensiones que en nuestra Región nos transmiten quienes deberían ocuparse de nuestro bienestar, pero que prefieren centrarse en disputas políticas con los tribunales de por medio y tomar un camino que no sé a ellos, pero que a nosotros, los murcianos, no nos lleva a ninguna parte. Sus desacuerdos, sus acusaciones y sus divisiones también nos dividen a los ciudadanos de esta Comunidad, pero parece que les da igual. Por no hablar de supuestos intocables que convierten las peleas y la violencia gratuita en parte de su día a día.

Inicié este año con el propósito de ser más positivo, así que culmino con la otra noticia que ha despertado mi curiosidad esta semana, inspirada en ese amor que mi padre pide como regalo. Se trata del anuncio del embarazo de nuestra vicealcaldesa, Ana Belén Castejón.

Confieso que, en un primer momento, pensé en lo inoportuno que era, ya que dentro de tres meses será nuestra alcaldesa. Sin embargo, la felicito. ¡Enhorabuena! Ha sido usted valiente y generosa, porque no existe el momento idóneo para tener un hijo. Además, estoy convencido de que luchará más si cabe para que desaparezcan las presiones que aún llevan a muchas parejas a aplazar el momento de ser padres, de ser valientes y de traer a niños a este mundo que a veces da miedo, pero en el que también podemos aportar nuestra parte para regalarle la paz y el amor que tanto necesita, que tanto necesitamos. ¡Vaya! Lo siento, Kike, pero qué sabio es mi padre.