Por cada segundo que pasaba la puerta recibía dos golpes de ariete. Así estábamos.

­-Mira, la está quemando.

Era media mañana. Los prioritarios encendidos de coches y furgones policiales me guiaron de nuevo. Era poco menos que una vereda, y la casa poco menos que una casa. Pero la puerta se resistía como la madre que la parió.

Una empresa criminal, como cualquier empresa, necesita una jerarquía. Hay estructuras más gruesas y otras más ligeras, fruto de la crisis. A la que nos referimos estaba asentada en la bella pedanía de Aljucer, cuna del imaginero Juan González Moreno, que nunca imaginaría que, entre sus caminos de huerta serena, se iba a instalar un garito de venta de droga. El cabecilla era un fleco menor que, a base de seguir siendo un fleco, se había vuelto fuerte.

-De vez en cuando hay que entrarles, para que no se relajen -me dijo un agente.

Del ariete habían pasado a la radial. De un puerta, estaban ya abriendo la segunda. La casa que parecía poca cosa tenía más seguridad que muchas bancos.

-Y la chimenea, funcionando.

Miré entonces a lo alto. Se veía pequeña, con tejas que se asemejaban a la visera de una gorra infantil. Salía humo. Fuego. Pero si no hacía tanto frío€ entonces me percaté de la verdadera preocupación de los agentes. Y al mismo tiempo, ese olor ácido me golpeó. Y es que las cosas nos entran por los ojos, pero hay sentidos más sutiles.

La mínima estructura criminal (en el narcotráfico, se entiende) es uno que vende en un esquina. Pero a ése se lo merienda un Zeta recién salido de Ávila. De lo que hablamos en Aljucer es de un empresa mediana, familiar, con tradición, capacidad exportadora y que ha superado los primeros años en un sector muy competitivo. Es un punto negro muy activo. Toca entrarle.

De repente, ese olor ácido lo invadía todo. Era como plástico avinagrado. Así huele la cocaína en la chimenea.

Los agentes redoblaban sus esfuerzos. Los segundos parecían minutos. La segunda puerta, también abierta, dejó paso a una tercera, con barra cruzada. El inmueble estaba rodeado. Era inminente.

La empresa cuenta con este local como garito ¡con tres puertas! para vender droga, y tiene asalariados como aguadores, dan el agua si viene alguien, y puertas, que acompañan a los compradores al local.

¡PATAPUM! Ya están dentro los agentes. Han sido minutos. No muchos€ pero los justos. Se ha quemado la droga. El olor ácido€ Dentro, una mujer. Bien adiestrada. Ha cumplido. Pero ahora la llevan engrilletada.

-Señor policía -dice la mujer de pijama rosa-, yo he colaborado en lo que podido.

-¿Y por qué no ha abierto las puertas?

-No tenía las llaves.

Dosis no muchas, pero apareció allí hasta un perro denunciado por los vecinos como robado.

Cuando se va a asaltar una empresa así, a reventar un garito, hay que llevar un trabajo hecho, no por demostrar. Y como ya se había demostrado la venta de droga con VEINTICUATRO (24) actas previas de incautación a otros tantos consumidores€ o sea, blanco y en botella, Malibú. Punto negro desmantelado.