Recientemente, el presidente del Gobierno ha recordado un tópico de la Historia en este país: «España es una nación con 500 años de antigüedad, la más antigua de Europa». Rápidamente, los guardianes de la corrección política, han salido con el tópico contrario: «España no es una nación: fue una Corona tan sólo y ahora es un Estado». Tópico tan tópico como el anterior. Como se dijo en el Quijote: «Ni yelmo, ni bacía; baciyelmo»

En España ha habido españoles en todas partes de la península ibérica, que han sentido a lo español como propio. El último, José Saramago, nada sospechoso de casposidad nacionalista a lo Blas Piñar. Su iberismo presupone una España unida. Y menciono a Valle-Inclán en Galicia, a Blas de Lezo, Elcano, Unamuno y Baroja en el País Vasco. A Juan Boscán o Gaspar de Portolá (conquistador y colonizador de California) en Cataluña. O Juan Marsé y Albert Boadella. Y no dejemos de citar al Reconquistador de Murcia, Jaime I, que tras tener que volver a puerto, cuando marchaba a las Cruzadas, dice una frase memorable: «Con haber salido del puerto (Barcelona), el honor de España estaba salvado». Se refería a que se sentía representante de España en las Cruzadas, no sólo de la Corona de Aragón (Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca). Y lo dice en catalán, claro. En Andalucía, han sido siempre mayoría; por ejemplo, los casi innumerables políticos liberales del XIX.

Pero, sucede, ay, que también, y en los mismos tiempos han existido personas que no han querido saber nada de la unidad peninsular, y han labrado siempre por su propio terruño. El primero, para mí (y agárrense que viene curva), el Cid Campeador, ultracastellanista, que vivía por humillar a leoneses y catalanes, aliándose ora con musulmanes, ora con cristianos frente a otros cristianos. El Poema de Mío Cid es un monumento al abertzalismo castellano. Los Comuneros, otro tanto. O los nobles que afrentaban sin tregua al viudo de Isabel I de Castilla.

Menos mal que él era ya más español que aquellos castellanos rancios, que deseaban volver a su estepita privativa. Si hablamos de Galicia, ahí está Castelao. En las Vascongadas, Lope de Aguirre, que, en el Amazonas se aparta de la servidumbre feudal a Felipe II, tratándole de tú, afrenta mayor. O Sabino Arana, para qué hablar. Y todos los modernos, claro. En la Cataluña de 1640, casi todos. Hay rebelión. O el famoso Prat de la Riba. En Andalucía hay un temprano Rodrigo de Triana, primer europeo en ver, sabiendo que lo es, el Nuevo Mundo. Se hace moro, se queda a vivir allí y reniega de España. O el desorientado Blas Infante.

O sea, españoles y antiespañoles en todos los tiempos y por todas partes. España es un permanente futuro por resolver. Nación lo es para una mayoría, no abrumadora casi nunca, salvo a fortiori. Y no lo es para una minoría muy importante, siempre. Estado lo es ahora, pero al no tener la unanimidad nacional detrás, como es usual, sino tan sólo una mayoría precaria, se convierte en un Estado en permanente crisis de precipitación al vacío.

Resumiendo, nadie saque la barriga, negando o afirmando. La realidad es siempre más compleja. El laberinto español no lo resuelve nadie. Toda solución tiene fecha de caducidad generacional. Entre los visigodos, ya pasaba. Don Rodrigo llega para colapsar la división que Witiza quería hacer del país: Lusitania, Bética y Tarraconense. Los romanos son los que traen el sentido de unidad, como trajeron las obras públicas y el Derecho escrito. Pero nunca vencieron a los cartagineses del todo, aunque lo parezca.

Y eso hay: que no hay nada. Ni del derecho, ni del revés. Aquí, si el que vence no machaca hasta hacerlo desaparecer al otro, no se considera vencedor. Mientras, el vencido espera la revancha. Y nunca ninguno machaca de esa manera (afortunadamente) al otro.

¡Viva España, aunque no exista!