Todos necesitamos confesores. Habitualmente éstos suelen ser personas de nuestro entorno más cercano: familiares, amigos, compañeros€ que soportan estoicamente nuestras quejas, refunfuños y lamentos. Y es que aquí somos especialmente propensos al lloriqueo; aunque también, muy de vez en cuando, son testigos de algún regodeo o alegría. Sin embargo, pese a tener gente de confianza con la que poder compartir nuestros más profundos sentimientos, la tendencia más humana es buscar una fuente, presuntamente, más objetiva. Una fuente desprovista de intereses y que nos pueda dar una visión más limpia y despejada. No es algo que hagamos conscientemente, en la mayoría de los casos es el propio instinto.

La elección de estos ´confidentes´ va en función de nuestro perfil social. Así, en muchos casos se acude precisamente a la figura del confesor (sacerdote) que escucha los pesares y los más profundos secretos para aportar una perspectiva diferente de los problemas. Aunque en este caso el consuelo viene con penitencia, por lo que hay que ver si compensa. Rivalizando con la iglesia se encuentran los bares, y es que los camareros son auténticos especialistas en el arte de soportar sermones, discursos y argumentaciones en contra de todo y de todos. Éstos, por pura supervivencia, han evolucionado en una especie capaz de defender una cosa y la contraria al mismo tiempo con el único objetivo de conseguir dar la razón a todos como a los tontos. En tercer lugar, estarían los peluqueros, una profesión que rivaliza fuertemente con la prensa, ya que se enteran de todo sobre todos. Muchos valen más por lo que calla o cuentan, según sean de ´bocachanclas´, que por lo que cortan y tintan. Tanto es así que hay clientes que acuden semanalmente a por su ración de cotilleo y ya de paso se hacen las mechas.

Sin embargo, yo hace bastante que no me confieso, cuando voy a los bares lo hago con gente y no suelo darle la chapa al camarero, y las peluquerías nunca me han gustado, desconozco de dónde me viene esta animadversión, pero es desde ´chica´. Por lo tanto, he tenido que buscar mis ´confesores´ en sectores menos propios para esta actividad. En primer lugar, tendría a mi ´asesor´ literario. Siempre he sido muy aficionada a la lectura y me encanta pasar horas y horas hojeando libros. Durante un tiempo estuve trabajando en el centro de Murcia, en la Gran Vía, frente a unos grandes almacenes y a mediodía, cuando parábamos para comer, tomaba algo rápido por allí y me iba directa a mi refugio. Tanto iba el cántaro a la fuente que entablé cierta amistad con uno de los responsables de la sección de libros, con el que me ponía al día de las novedades literarias y compartía mis críticas e impresiones sobre los ejemplares que leíamos. Nuestras tertulias desembocaron en una relación de cierta confianza que, pese a que ahora ya no trabajo tan cerca ni voy con tanta frecuencia, se mantiene en el tiempo y ahora también por las redes, él sigue mi peripecias y yo veo las fotos de sus gatos.

Creo que ya os he hablado también alguna vez del responsable de la gasolinera donde habitualmente hago el repostaje. Otro de mis lugares de referencia en la ciudad, porque es rara la semana que no paso por allí. En este caso los encuentros son más cortos, pero la peculiaridad del horario, a veces, y la espontaneidad de mi ´gasolinero´ han propiciado una bonita amistad. Además, como él me lee (cada sábado) luego me cuenta sus impresiones y la opinión que este Café con Moka le merece. La semana pasada, incluso, que probé un coche para cambiar el ´Rayo McQueen´, vehículo que me acompaña desde que me sacara el carné y que había pasado por mi madre y mi hermana antes, me acerque por allí a que le diera el visto bueno. Yo soy muy agradecida, y si alguien está para las duras€ también para las maduras.