Siempre me he considerado una persona muy positiva, con la energía suficiente para no decaer nunca en los propósitos que me marco en la vida, aun cuando éstos se atisben como una enorme cuesta, empedrada y resbaladiza. Por eso confío y seguiré confiando en que el Día Internacional de la Mujer deje de existir en el calendario de fechas conmemorativas. Porque si buscamos igualdad y buscamos festejar que sea una fecha en la que hombres y mujeres celebremos la liberación de prejuicios de manera conjunta y no sea, en este caso la mujer, la que tenga su propia programación de actividades y eventos destacada en la agenda. Buscamos normalizar situaciones, no hacerlas aún más especiales. Y si esa fecha sirve para reivindicar, pues reivindiquemos los 365 días del año, no un día señalado porque nos lo recuerde un calendario.

He crecido en el seno de una familia de empresarios y fueron mis padres, precisamente, los que, sin distinción alguna, nos inculcaron a mis hermanos y a mí que en la vida todo se consigue con esfuerzo y con agallas, que el sexo no te hace mejor o peor persona ni mejor o peor profesional. Nos educaron para ser nuestros propios jefes, tuviéramos o no empresa, con el fin de que supiéramos gestionar, dirigir y tomar nuestras propias decisiones en la vida. Y eso se ha convertido en mi principal filosofía de vida y ese debería ser además el lema de toda la sociedad en general.

¿Pero qué está fallando para que la equidad entre hombres y mujeres siga pareciendo una utopía y no una realidad? Es evidente que la raíz de este problema es educacional. Empezamos marcando la distinción con el simple gesto de regalar cocinitas, muñecas y un carrito de la limpieza para las niñas y superhéroes, coches de carreras y juguetes de construcción para los niños. La delicadeza y la fuerza se contraponen y empiezan a crearse las etiquetas y falsos estereotipos sociales. Pues no, señores. Este no es el mundo en el que quiero ver crecer a mis hijos.

Recientemente leía horrorizada las declaraciones del eurodiputado polaco acerca de la 'no igualdad' entre hombres y mujeres. Y lo que me evoca responderle a este señor es que me siento muy orgullosa de ser mujer, que me considero una persona fuerte, no muy pequeña y además, tomo decisiones de manera inteligente. A él y a todos las personas que hacen apologías machistas les invitaría a seguir el ritmo vertiginoso de mi día a día, organizando agenda a primeras horas de la mañana, yendo reunión tras reunión, saliendo a la calle para cerrar nuevos proyectos, recogiendo a mis hijos del colegio, ocupándome de sus tareas escolares? ¡y todo ello, sin quitarme los tacones en ningún momento! Por cierto, que si me maquillo y llevo tacones diariamente es porque me gusta, no porque nadie me lo imponga.

Basta ya de identificar a la mujer con el sexo débil. Flaco favor nos hace ahora la RAE con sus nuevas acepciones de 'sexo débil' y 'sexo fuerte. ¡Pero hasta dónde vamos a llegar! Mujeres y hombres somos fuertes y débiles según las circunstancias que nos presenta la vida. Las mujeres somos capaces de tirar con cientos de carros cuando es necesario, y los hombres también lloran cuando así lo necesitan. ¡Eso es igualdad! Somos personas, distintas físicamente pero iguales en cuanto a emociones, deberes y derechos.

Ante panoramas así, no puedo dejar de aplaudir y felicitar a aquellas mujeres que han plantado huella en la historia por hacer de su libertad, su lucha y por pelear con agallas por sentirse reconocidas en un mundo de negativas y zancadillas. Mi ovación también quiero que vaya a esas otras mujeres que, en la sombra, se esfuerzan diariamente por sacar a sus familias adelante.

Aunque baja más el paro para los hombres que para las mujeres, me alegra saber que crece el número de emprendedoras. Las mujeres no nos permitimos bajar la guardia y, aunque todavía nos falta alcanzar mucha visibilidad, miramos al frente con la cabeza bien alta, caminando siempre hacia adelante, y sin dejar de reivindicar más presencia en puestos directivos, mayor reconocimiento y equiparación salarial. No queremos más oportunidades. Simplemente, merecemos las mismas

Pero sería de ilusos no ser conscientes de que todavía queda mucho por hacer. Principalmente, en lo que a conciliación se refiere. La naturaleza nos regaló el privilegio de ser madres. ¿Por qué no podemos disfrutar de ello? ¿Por qué la parcela de la maternidad no puede estar ligada al crecimiento personal y profesional? ¿Por qué cuando una mujer tiene un hijo queda relegada a un segundo plano en la sociedad? En este sentido, debemos empezar por educar conciencias desde casa y pensar que 'un papá no ayuda en el cuidado de su hijo' sino que lo que está haciendo es 'ejercer como padre de su hijo'. Y a partir de ahí, salgamos a la calle a pedir a Administraciones e instituciones que pongan sobre la mesa un paquete de medidas que faciliten la conciliación laboral y familiar, pero no sólo para mujeres, también para hombres. Siendo esto así, habremos dado un paso agigantado en igualdad.

Con estas palabras no ejerzo de abanderada de nadie. Simplemente soy una mujer normal y corriente, que colma su felicidad cuando llega a casa y abraza a sus hijos pero que se siente tremendamente realizada cuando cumple con sus expectativas profesionales. Si me preguntas quién es mi referente en la vida, lo tengo muy claro: mi madre.