Las mujeres siguen luchando por la igualdad. Desde todas las trincheras, las colectivas y las individuales. Y en todos los sectores y clases sociales. Las conquistas democráticas que han concluido con la igualación de derechos en el aparato legislativo siguen siendo insuficientes, pues la igualdad no se expone sólo en la letra de la ley sino en el campo de juego de la experiencia cotidiana. Nuestra sociedad, que en este y en otros muchos aspectos se presta a exhibir enunciados formales muy avanzados, encalla con demasiada frecuencia contra costumbres y usos incompatibles con los principios de que presume. No basta, pues, con la retórica de los derechos, sino que éstos han de ser culturalmente compartidos, lo cual exige un esfuerzo permanente desde todas las intancias para que la siembra que sólo puede provenir desde la cultura y la educación conduzca a la coincidencia de los paradigmas teóricos con los comportamientos aceptables para que la igualdad sea real.

Prueba permanente de las dificultades que las mujeres sufren aun en nuestro tiempo es la sombra de la violencia de género que casi cada día deja su rastro de horror, pero esto es sólo un exponente trágico de dramas callados mucho más extendidos de lo que las estadísticas delatan. Es un síntoma extremo, demasiado recurrente, de una anomalía cultural que se expresa de manera más sofisticada en espacios aparentemente menos violentos, donde las mujeres también están sometidas a patrones y barreras impuestas por el machismo latente y las secuelas de un patriarcado que nunca remite aunque a veces se camufle por conveniencia.

La reciente crisis económica nos ha aleccionado vivamente acerca de que no hay conquistas sociales que puedan salvarse de las fuerzas desatadas que tienden al retroceso. Y entre esas conquistas, las que afectan estrictamente a la posición de las mujeres son colocadas casi siempre en primera línea de ataque. No hay avance que pueda darse por consolidado. Esto exige una permanente atención al problema de la discriminación, no sólo a la explícita sino también a la implícita, la que a veces ni las propias mujeres perciben. Hay pasos como la paridad en la política, las empresas y las organizaciones sociales, la conciliación en la organización de las familias, las leyes que reparten la responsabilidad en el cuidado de los hijos o tantas iniciativas diversas que están a debate en nuestra sociedad que permiten que no se apague el fuego que alerta sobre la necesidad de seguir impulsando la igualdad de sexos. Y más en tiempos en que hay sectores, en apariencia residuales, que todavía imponen un canon moral a la libertad de las mujeres. Brindemos por la igualdad a sabiendas de que la fiesta sigue siendo una lucha, y recordemos que hay millones de mujeres fuera de nuestro entorno sociopolítico que aún sufren más y requieren de toda nuestra solidaridad y apoyo.

Protagonistas exclusivas. Es probable que el lector del periódico de hoy se sorprenda de que todas las imágenes de personas que ilustran nuestras páginas sean del sexo femenino, así como las firmantes de los artículos de opinión. Tal vez no habría sorpresa si fuera al contrario, es decir, si como ocurre con frecuencia en los medios de comunicación, la iconografía masculina presidiera la totalidad de las informaciones. Pues bien, con esta experiencia de hoy, LA OPINIÓN muestra un gesto a favor de la visibilidad de la mujer, y con él pretende reafirmar el compromiso para que la lucha por la igualdad no sea sólo una celebración fugaz.