Siempre hay luz al final del agujero, siempre, lo que ocurre es que a veces la vida no nos lo pone fácil y nos pasa como a Andrés cabeza abajo, que en su peor momento se da cuenta de que solo él tiene la solución a sus problemas. Este cuento cayó en mis manos hace unos días y me encantó su lectura y su mensaje: un niño es engullido por todos los monstruos más monstruosos, uno detrás del otro, y espera a que llegue un héroe para salvarlo, pero este no aparece y será Andrés quien tenga que buscar la manera más airosa de salir. Así es, como la vida misma. Esos monstruos -dragones, lobos, leones, ogros€- nos los encontramos cada día, a modo de problemas o incluso de personas que, por lo que sea, se empeñan en no dejarte avanzar en tus planes de vida. Y nosotros, ilusos de nosotros, nos dejamos llevar por una corriente de fatalidad, ensimismados en un pesimismo que no nos deja ver más allá de nuestras propias narices. Y así era Andrés: «Con la mala suerte que tengo seguro que en la barriga del ogro me encuentro un dragón€»¿Os suena? Y sí, había solución. Solo era cuestión de ponerse boca arriba y de ir quitándose los problemas uno a uno, como las capas de una cebolla o como una especie de matrioska, según su autor. Me quedo con este mensaje: no todo lo que mal empieza, mal acaba.