Y seguimos chocando contra el sistema; contra la burocracia, contra lo establecido, contra los monopolios, contra las injusticias, contra los intereses y condiciones abusivas de los bancos, contra los prejuicios, contra la prepotencia, contra la envidia€ ¿Sigo?

Y seguimos luchando contra algo que por más que alcemos la voz siempre seguirá torpedeando nuestras ganas de hacer las cosas bien. ¿Y qué hacemos? Desde hace varios meses he cambiado la palabra luchar por la de convivir y cambiar. Y me explico.

Cuando contestamos a un amigo al: «¿Cómo te va?», la coletilla fácil es decir: «Ahí vamos€ luchando». ¿Sabéis qué os digo? Que estoy cansado de luchar contra molinos de viento, contra paredes de hormigón y contra imposibles. Y sí, no me queda otra que quedarme aquí o irme a una isla desierta. Sin embargo, sí decido afrontar todo lo que digo, asumir y no resignarme a cambiarlo, pero no desde la lucha, sino desde mi propio cambio.

Impartiendo un curso para docentes en Murcia este pasado martes lo comentábamos: estamos creando niños con notas académicas en vez de niños con habilidades sociales. Pasados unos años tendrán que enfrentarse a la realidad y se toparán con el ´sistema´. Y la reflexión a la que llegamos es que cada uno de nosotros, cada uno de los que cada día nos levantamos con ánimo de luchar contra algo o alguien, debemos evitar gastar energía en la lucha, en el conflicto o en la batalla dialéctica del ´Y tú más´, sino que desde la decisión de tener que convivir con todo lo externo que nos rodea, cambiar, y emplear esa energía en crear, no en destruir.

Empezando por mí, por mi forma de comunicar, de escuchar, de comprender, de mirar, de observar, de acariciar, de sonreír, de hablar€ Cada uno de nosotros somos el cambio, y nuestra actitud ante tanta adversidad es la mayor de las libertades que tenemos.

¿Convives y cambias, o luchas?