Ya se sabe que regalar libros es un arte. Para acertar hay que conocer bien a la persona a la que quieres obsequiar. Quizá sea tan difícil porque se trata de regalar una experiencia, un trocito de vida que se va a incorporar a la vida de otro. Sería como regalar un vestido y también lo que se va a vivir con él cuando se lleve puesto. ¿No es un atrevimiento? ¿Quienes somos nosotros para empujar a alguien a que se adentre en los territorios siempre peligrosos de la ficción?

Por eso los libros que mis amigos me regalan son los que leo con más ilusión. Alguien ha pensado que un libro esconde un mensaje secreto que parece escrito para ti, una luz que puede hacerte descubrir algo que ensanchará tu visión de las cosas o te ayudará a comprender algo que viviste. Quien te lo regala te está diciendo que esa novela está conectada contigo de alguna forma. La lectura, en esos casos, se vuelve triplemente misteriosa. Es como leer a tres bandas: lees lo que el autor escribió, lo que tu amigo leyó y lo que tú crees que él ve en ti que le hizo desear compartir la lectura.

Hace unas semanas una amigo mío que vive en Toronto me envió un mensaje para recomendarme el último libro que había leído. Decía que lo había acabado esa misma noche. Conociéndolo, imaginé que se había quedado hasta altas horas de la noche leyendo para terminarlo. Como vive tan lejos y nos vemos poco, de vez en cuando intercambiamos lecturas. Hay libros que me recuerdan a él, o a la imagen que guardo de él, y entonces le animo a leerlos con la esperanza de que él sepa encontrarme en ese mismo libro. Esa es la forma que tenemos de permanecer juntos a pesar de la distancia.

Esta vez la novela se titula El camino estrecho al norte profundo y su autor es un australiano de Tasmania llamado Richard Flanagan. Trata sobre unos soldados australianos confinados en un campo de prisioneros japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Lo que menos podía apetecerme leer en estos momentos. Pero lo leí, claro. Y recorrí el camino estrecho a través de una jungla de horror. ¿Qué vi? Lo vi a él buscando el norte. Y vi que en cualquier sitio podemos encontrarnos, pues el anhelo de un lugar mejor y más profundo no tiene fin.