Resulta fascinante la versatilidad y expresividad del pijo murciano: un espléndido recurso lingüístico, casi privativo de nuestro singular dialecto. Mal comprendido, se tacha de vulgarismo, de lenguaje soez. Nada más lejos de la realidad. Nos hallamos ante un claro cultismo, casi una reliquia, muestra de la sensibilidad y refinamiento del alma murciana. Así lo reivindicaba en redes el profesor Del Toro, quien derivaba el soberbio pijo murciano del latín piculus. Piculus se forma a partir de picus y el sufijo latino de diminutivo '-ulus'. La combinación consonántica 'c-l' evoluciona en 'j' en nuestra lengua. Ojo viene de oculus, conejo de cuniculus; y por delante o por detrás, nuestro contundente pijo vendría de piculus.

Estiraré un cachico más el origen etimológico del pijo murciano. En realidad, picus designa en latín al pájaro carpintero, y es hoy el nombre científico de este género de pajaricos. Y buceando más en la genealogía de las lenguas indoeuropeas, leo que pikka es el cuco en sánscrito. Es la misma raíz que beccus, la que Suetonio parece tomar de las lenguas celtas para designar en latín el duro apéndice pajaril, toda vez que la 'p' es la hermana sorda de la 'b'. También se da en las lenguas germánicas, en inglés actual pico es beak /bi:k/. Y probablemente tuviese, en la matriz de las lenguas indoeuropeas, un origen onomatopéyico; por aquello del pío, pío. ¡Olé ahí, rancio abolengo! El pájaro carpintero pica y pica madera, natural pues extender el campo semántico a tal acción y a la herramienta puntiaguda que la realiza.

Con tanto picoteo etimológico uno se lía. Y cuando entre pájaros anda el juego, no siempre se coge el pijo al vuelo. Pero queda claro, pues, que nuestro estimado pijo es uno de tantos cultismos latinos que emplean a diario las gentes de esta región, reflejo de siglos de sabiduría lingüística a orillas del Mediterráneo.

En solitario, sin más atributos, el pijo murciano es un recurso expresivo potente, con toda gama de matices: cariño, sorpresa, enojo, desdén, arrobo, asco, admiración, entereza, etc. Pero lo singular del pajarico de marras es su simpar plasticidad, su inveterada promiscuidad a fin de aparearse sintácticamente con todo bicho lingüístico que se le ponga a tiro.

Anteponiéndole la conjunción adversativa, indica sorpresa y una pizca de contrariedad: ¡pero pijo! La incredulidad, se expresa con el pronombre interrogativo: ¿qué pijo?

El enojo se hace evidente en libidinosa cópula con otro cultismo: ¡hostia, pijo! El desprecio o la expectativa defraudada se expresa con ¡vaya un pijo! Y más contundente, precedido de la forma amurcianada de 'pues', con valor causal o ilativo ¡po' vaya un pijo!

Su uso pronominal expresa la nada absoluta, rotunda; la murciana indiferencia hacia algo o alguien: «me importa un pijo» o «te voy a dar un pijo». También, con valor adverbial, indica poca cantidad: «un pijo de sueldo». La forma pijada sirve al propósito contrario, gran cantidad. «¡Qué pijada a trabajar!».

Asimismo, no hay mayor expresión de murciano desdén que calificar algo de pijada, pijotada o pijotadica. Con su valor intensivo, el homo sapiens murcianicus profiere la mayor descalificación: tonto/a el pijo.

Cuando alguien se torna quisquilloso, se pierde en detalles nimios, se le aplica un sufijo de diminutivo o con valor despectivo: pijico, pijotero, o ambos al unísono: pijoterico. Y después, contamos con infinidad de locuciones adverbiales que aportan más y más sentidos: «ir a pijo sacao» indica velocidad, presteza. «A pijo tieso» sugiere valor, tozudez, perseverancia. Pan, pijo y habas era la respuesta en tiempos de escasez a la impertinente pregunta sobre qué había de comer. ¿Y qué me dicen de estar empijotao?

Y, para acabar, un doble y mortal latinismo: ¡acho/a, pijo! La gran joya culterana del habla murciana. Mutilus quería decir mutilado. De ahí, pasando por mocho llegamos a muchacho. Haciendo honor a su significado clásico, el murciano sagazmente lo mutiló, lo apocopó primero en chacho, y después en acho. El pijo lo juzgó algo mohíno, lo galanteó y se le encaramó. Se acuñó así esta refinada expresión, este mutilus piculus o picaza esportillá, quintaesencia del sentir regional. Se usa para requerir la atención. Aunque es susceptible de estirar y ensanchar tal valor, hasta expresar toda suerte de delicados matices. Así, si alargamos las vocales finales y aplicamos un tono suplicante, obtenemos: ¡Achaa/oo, pijoo!, que vale ora como ruego, ora como requiebro amoroso.

Y como esto es un empezar y no acabar, les animo a enumerar otros usos. A fin, dentro del debido decoro, de dar alas y bríos al pajarico. Que es de lo que se trata al cabo.