Los estudiosos de la adolescencia nos dicen que es un periodo de la vida de las personas que va de desde la pubertad hasta la edad adulta que se puede dividir, a grandes rasgos, en tres etapas: adolescencia temprana, generalmente entre los 12 y 13 años de edad; adolescencia media, entre los 14 y 16 años de edad; y adolescencia tardía, entre los 17 y 21 años de edad. Es decir, toda esta etapa «es el período de las grandes transformaciones físicas, sexuales y psicológicas. No hay que olvidar que al estar completamente sometidos a la influencia de las hormonas que funcionan a toda velocidad, el comportamiento de los chicos y chicas es de lo más extraño y variado, porque están en continua evolución». Así es que hemos de deducir que las opiniones de un adolescente hay que tomarlas en su justa medida: están en continua evolución porque son muy cambiantes.

Normal, y les aseguro que entre lo consultado para documentarme sobre este tema no aparece, ni por asomo, que la adolescencia pueda prolongarse hasta pasada la cuarentena por mucho de Peter Pan que tenga un ser humano.

En contraposición con este periodo tan cambiante en las ideas, cuando vamos dejando atrás la adolescencia y hemos entrado claramente en la madurez, por ejemplo, más de cuarenta años, o lo que es igual, la edad de Pedro Sánchez, ya no se puede alegremente dar sensación de inmadurez manifestando, como el ha hecho en una aparición pública días atrás, sin al parecer ruborizarse, que «yo ya no soy el mismo de hace dos años y medio», porque quien sea capaz de decir esto a su edad, cerca de los 45 años, cambiando radicalmente el discurso de ayer, debe hacérselo mirar.

Sánchez ha pasado, en un tiempo récord, de calificar a Podemos de populismo («yo nunca pactaré con los populistas») a pregonar las bondades que para el país tendría una alianza entre «las fuerzas de izquierdas», o sea, Podemos. De igual manera ha manifestado que la España Plurinacional (debería pagarle copyraid a Podemos) olvidando esa gran bandera española con la que apareció en un acto electoral en el que pregonaba las esencias patrias y casi 'la unidad de destino en lo universal', porque ni a Aznar, en sus mejores tiempos, se le vio envolverse así en la enseña patria; aparición y puesta en escena que dejó a más de uno y de una 'pasmaos', tanto como ahora con esa revolera que se ha marcado en su escenificación de candidato a secretario general del PSOE y que nos hace pensar que ha debido de afectarle un siroco digno de estudio, porque tanto cambio en tan poco tiempo, cuando se dejó atrás la edad que llaman del pavo nos lleva a pensar que ha perdido el oremus o ha perdido la memoria, o que es una persona de tan poco fuste que hemos de desconfiar de ella.

Y en eso estamos, sumergidos en el asombro más absoluto, en la duda existencial que nos tiene en un sinvivir ante la posibilidad de que el partido socialista, tan necesario en este país, caiga en estas manos, las de un personaje tan cambiante.

Ya sé, alguien estará pensando que los políticos hace tiempo que dejaron de tener credibilidad. Que lo que hoy dicen mañana puede no ser cierto, pero todo tiene un límite, y el señor Sánchez lo ha rebasado con creces, porque una persona que pretende ser secretario general del PSOE no puede mostrarse como ha hecho en esa aparición pública que debería avergonzarle si tiene la oportunidad de visionar la grabación en que muestra sus vergüenzas y sus limitaciones políticas, su arribismo difícil de soportar por los que aún creemos en la firmeza de las ideas, en el respeto a las ideologías, en la coherencia del pensamiento.

Sánchez ha demostrado estar muy alejado de todo esto y solo nos puede producir tristeza por lo que pudo haber sido y no fue, y preocupación por lo que puede llegar a ser.