Cuando oigo al energúmeno que ejerce de líder del sindicato de estibadores portuarios (supongo que utilizan la palabra sindicato en la acepción de grupo mafioso) hablar de que van a reventar los puertos, no dejo de recordar esa espléndida película protagonizada por Marlon Brando titulada La Ley del Silencio, que no va de otra cosa que de un asesinato cometido contra un esquirol por parte de la mafia portuaria en los muelles de Nueva York. Pero sin Marlon Brando ni la bruma neoyorkina.

Espero que el nivel de violencia que se desencadene con las próximas huelgas del sector portuario no llegue hasta el nivel del asesinato, aunque el lenguaje del energúmeno en cuestión apunta maneras de violencia delictiva, todo hay que decirlo. Lo que sorprende en cualquier caso es que una situación como esta, en la que apenas 7000 trabajadores manuales, cuya necesaria habilitación no supera la de un graduado en formación profesional, consiguen sueldos de ingeniero nuclear bien pagado, se haya mantenido durante tantos y tantos años.

Aquí todo consiste, por lo visto, en controlar un sector estratégico, tanto que suponga un cuello de botella lo suficientemente estrecho como para ser capaz de provocar un enorme perjuicio a la economía del país o una enorme incomodidad para un gran número de ciudadanos y a continuación ser capaz de controlarlo mediante un liderazgo férreo y una cohorte de seguidores interesados y sumisos. A partir de ahí, a chupar del bote, que son dos días. Lo primero es controlar el acceso a la mamandurria, y si es posible, hacerla hereditaria, como prentenden y en muchos casos consiguen los estibadores.

Para completar la ecuación es necesario por otra parte que a los ciudadanos les importe un soberano pito el tener que pagar un sobrecoste en forma de impuestos o sobreprecios, siempre que no tenga una conciencia claro de ello, tipo recibo de luz o del agua. Y, finalmente, unos políticos que siempre van a preferir que las cosas continúen calmadas que arriesgarse a la impopularidad de un estrangulamiento de la economía del país o a enfrentarse a unos ciudadanos indignados por las incomodidades sufridas por causa de una huelga.

En este caso se llaman estibadores portuarios, pero podríamos hablar igualmente de conductores de metro o controladores aéreos. Y, de vez en cuando, taxistas o basureros. Todo por la patria de ganar privilegios frente a otros trabajadores, o por conseguir cegar el acceso a la competencia profesional o mercantil. Hace poco coincidí en una fiesta con una pareja de controladores aéreos, que casi me apalean (ella tenía más músculo de él) cuando me atreví a confesar que yo me sentiría más seguro si el control aéreo, o por ende los mismos aviones, fueran manejados por ordenadores y no por esa especie de chimpancé evolucionado e imprevisible que es un ser humano.

Afortunadamente, como en tantos otros temas, nuestro futuro económico, en cuanto a la competencia se refiere, ya no está exclusivamente en las manos de los políticos españoles, sino que dependen de criterios mucho más evolucionados, racionales y de autoridades independientes de presiones locales, como es el caso de las europeas encargadas de mantener la competencia en los países miembros. Menos mal. Si todo dependiera del señor de 'aquí no pasa nada y yo acabo de llegar' que nos gobierna en la Moncloa, tendríamos mafia de la estiba para años y años.

Por mi parte, yo proporcionaría a la UME (Unidad Militar de Emergencias), una de las pocas aportaciones loables de Zapatero a las instituciones patrias, de la formación y el respaldo legal necesario para hacerse cargo de las grúas de los puerto, de la conducción de los trenes del metro, del control aéreo y, por qué no, también de los camiones de la basura. Eso sí que sería un servicio al país, y no apagar incendios, ya que el bosque al fin y al cabo siempre se puede recuperar.

Todo menos depender de esos sindicatos de intereses mafiosos, de esos energúmenos procaces, y de tanta ley de omertá como existe en este país para proteger los chanchullos y privilegios inmerecidos de unos pocos a costa de los impuestos y el sufrimiento de una inmensa mayoría.