A veces uno llega al final del día o la semana agotado de tantos hechos cotidianos, naturales, imprevistos, necesarios, como si la vida fuera una mera sucesión de cosas que pasan. Cuando esto es así, imagino cómo llegará el lector del periódico hasta este último rincón que quiere ser un espacio sin muros, una vía de escape. A veces cuesta reconocerse en este espacio, me pasa a mí e imagino que le pasará al lector. Una amiga que suele leer esta columna me dio un consejo, supongo que después de alguno de esos textos en los que de tanto poner tierra de por medio quedaron fríos e inhabitables: cuando escribas procura que el lector sepa por qué escribes. Aunque mi primera reacción fue responder que esa es la manera más rápida de bloquearte, sus palabras me dieron que pensar.

Contar por un motivo da sentido a lo que uno escribe, pero creo que el motivo debe estar en el fondo de lo que lleva a cualquiera a escribir, agazapado detrás de las palabras que elegimos. Como lector me gustan las historias que me hagan pensar y sentir porque, de algún modo, consiguen que me vea en ellas. Y mi amiga añadió algo que, luego, al pensarlo, me parece muy importante: nunca abandones al lector. Aunque lo que se cuente trate sobre seres imaginarios o lejanos debe haber una palabra que conecte con el lector de una forma personal. Cuando hay una reserva excesiva o un miedo a exponerse demasiado, se crea una limitación que arruina ese contacto con el lector.

Se trata, a fin de cuentas, de mirar la vida con distancia, pero en el tamaño de esa distancia está todo. Solo en esa distancia podremos apreciar que la vida no es una mera sucesión de cosas, sino una cadena de sucesos y palabras que nos enseñan lo que somos. Hay una verdad profunda en lo que nos pasa que, aunque no la percibamos o intentemos negarla o huir de ella, la absorbemos y pasa a formar parte de nosotros. Lo que parece tener más importancia no la tiene y lo que de verdad termina importando es aquello que captamos de forma imprevista cuando huíamos de la realidad, cuando creíamos poner tierra de por medio. Y como todos buscamos sin saber lo que buscamos, los encuentros nos parecen gloriosos, incluido el encuentro con el lector.