La que se ha liao en el pueblo la virgen del pompillo. Pues no que va don Ambrosio el de los dúplex y se monta otra empresa. Ya, ya sé que había quebrao. Pues yo qué sé. Vete tú a saber cómo. La habrá puesto a nombre del yerno o lo que sea. Bueno, pues ahí lo tienes al tío, otra vez con la oficina abierta. La de la plaza. Ésa. La de la fachada de mármol. Y no te creas tú que se ha calentao mucho la cabeza. Seguridad Ambrosio le ha puesto. Ja, ja. Ya, ya. ¿Y a quién mete a trabajar? Pues a toa la patulea de hijos gandules que tiene, claro. Un uniforme, una porra y a vigilar las fincas, que hay mucho 'visitante. Bien, ¿no? Hasta ahí bien. Pues espérate que ahora viene lo gracioso.

Al principio, ya te digo, tó normal. Los chavales, presumiendo de placa. Los de las fincas, de chavales y las peras, más seguras (supongo). Pero hete que eso a don Ambrosio le parecía mucho gasto pa pocas perras, y se va pal alcalde y le dice: a ver, Facundo, una cosa que esté bien. Que estoy haciendo mucho por este pueblo. El coche patrulla hay que compartirlo: por la noche pa mí, por el día como siempre. Y ahí que va, don Facundo, cómo no, y le dice que sí, que faltaría más, don Ambrosio, como usted ordene, y al día siguiente sale al balcón y proclama que a partir de entonces, y pa fomentar la libertad de elección de los vecinos, se le cede a Seguridad Ambrosio el Seat Málaga de la policía local en horario nocturno. Y claro, la guasa. «No sabes tú ná», se comentaba en la taberna. «Ya tiene el Facundo el puestecico asegurao, pá cuando pierda las elecciones».

Hasta la otra noche, que al tío Blas, que tiene un roalico de frutales más patrás de la fuente, le llegaron cuatro con una furgoneta y empezaron a llenarla de peras uñeras. Y va el hombre asustao y llama a la policía local, y le contestan que están sin coche, que mire a ver qué le dicen en Seguridad Ambrosio. Y lo que le suelta el Ambrosio es que si se quiere hacer socio. Y entonces va el tío Blas, que ya está mayor pero que siempre ha sío mú bruto, trinca la gayá y se va pá los de la furgoneta. Y se arma una que tiembla dios. Y ahora está el hombre ingresao, junto con dos zagalones del pueblo de al lao que tumbó a garrotazos. Y claro, de las peras y de la furgoneta ná se sabe, porque pa cuando llegaron los municipales a pie, ya los artistas habían puesto aire.

Y ya pá rematar la fábula ésta legórica o como se diga, la última: que claro, en el pueblo se lió la revolica padre, y tanto al Facundo como al Ambrosio los iban buscando unos cuantos pá pedirles explicaciones. Y ná, que ni el uno ni el otro aparecían, que habían tenido que ir a la capital a hacer unas gestiones. Pero el Rogelio, el hijo de la Paquita, que es muy zorro, dijo a ver, venirse un momento conmigo, y engancharon a don Ambrosio que estaba escondío anca la Fini.

A ver, explíquese, ¿qué es eso de mandarlo al tío Blas a pagar las cuotas, mientras le estaban robando la fruta?

Qué os voy a explicar yo a vosotros, hatajo de catetos. Que no valéis pa ná. Que esto es lo moerno. La cogestión. La iniciativa privada. La libertad de elección de las familias...

Pero, ¿de ánde se ha sacao usté toa esa monserga?

Atí el cabestro. Qué sabrás tú. Pos de la política fina. Pregúntale a la señá consejera de Educación, qué está haciendo con los bachilleratos, pregúntale.

Tate, Rogelio, que te pierdes.