"Me parece bastante elemental creer que la migración se va resolver con muros, por altos que sean. Se resuelve con puentes, con distribución de la riqueza, con solidaridad y bienestar para todos los rincones del planeta", dijo el presidente ecuatoriano hace unos días en Murcia y todos pensaron en Trump.

En la Europa de las vallas de concertina, desde Hungría a Ceuta y Melilla, para contener exiliados a los que se niega el refugio, desde Hungría a Ceuta y Melilla, nadie se dio por aludido. En el club de países ricos que mantiene bajo cero a quienes huyen de las armas que vendemos y de las guerras que fomentamos, ni se nos ocurrió sentirnos concernidos. Ni un amago de vergüenza en el país que premia con un alto sueldo en Red Eléctrica al exdirector de la Guardia Civil, de formación jardinero, que aplaudió el crimen de Tarajal, en el que murieron ahogados quince migrantes que fueron recibidos con balas de goma mientras intentaban llegar a nado a la 'tierra de los Derechos Humanos'. Crimen que aún hoy sigue impune y para el que pedimos justicia.

En la Murcia del CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros), que desde IU-Verdes exigimos cerrar y que «es peor que una prisión, es un infierno», en palabras del capellán Pedro García Casas, ninguno de los gobernantes locales que acompañaban al jefe del Estado del Ecuador se perturbaron lo más mismo.

Cuando los únicos puentes de los que hablaba el doctor (en Economía) Rafael Correa son los barcos de las ONG que rescatan migrantes en la ruta más peligrosa del Mediterráneo, única alternativa para escapar de hambrunas y conflictos armados, dado que las rutas terrestres, en Marruecos y Turquía, están selladas a golpe de una represión policial que pagamos gustosamente los europeos, y en ello somos pioneros los españoles, a fin de no ver demasiados niños Aylan en nuestros telediarios.

Trump, como hipérbole caricatura de nuestra propia falta de humanidad para con los que sufren, debiera servir de espejo a nuestra ausencia de empatía con los desplazados. Pero no, lo utilizamos como vía de escape para nuestras conciencias. Denunciando, para nuestros adentros en el caso del Gobierno español, el bloqueo de millones de proyectos de vida, tan frustrados como los que dejamos que se congelen en Turquía, Grecia, los Balcanes, Libia o el monte Gurugú.

Nuestras excusas para no abrir las fronteras, para haber reasentado desde Italia y Grecia a poco más del 5% de los 18.000 refugiados a los que nos comprometimos con la UE, utilizan los mismos fundamentos que los de los xenófobos de ultraderecha a este y al otro lado del Atlántico norte: el temor al yihadismo. Un fenómeno que promocionan países de los que somos aliados y cuyo virus ya ha demostrado que penetra con total facilidad en fronteras selladas y que no hay nacionalidad que le sea inmune.

Correa también recordó en Murcia que Ecuador es el país con mayor cantidad de refugiados de toda América Latina, más de 60.000, procedentes en un 95% del conflicto colombiano. De hecho, ACNUR lo considera como el país que mejor trata a los refugiados, porque se encuentran perfectamente integrados a la vida nacional, con accesos a derechos como la educación, la sanidad, el trabajo o la vivienda.

El mandatario ecuatoriano firmó el domingo 29 en Valencia la Ley de Movilidad Humana, un hito histórico para Ecuador y un ejemplo para el mundo, en un momento en el que existe un enorme contraste entre libertad de circulación para el capital y los muros y vallas que se encuentran las personas que buscan una vida digna.

Esta ley desarrolla principios recogidos en la Constitución ecuatoriana como el derecho a migrar, no criminalizando la movilidad humana, y garantiza que ningún ser humano sea considerado ilegal. Toda una ruptura en el modo de concebir el hecho migratorio desde un pequeño y valiente país del Sur. Anteponiendo los Derechos Humanos al control de fronteras. Así, el Ecuador de la Revolución Ciudadana sigue mostrando al mundo que otra forma de gobernar es posible.