La nave despegó en plena primavera, hace ahora dos antes de la inmediata, con un tiempo espléndido, una luz prometedora y unos cielos nítidos y acogedores. Pero tanto el pasaje como la tripulación estaban advertidos: a lo largo del trayecto habría turbulencias, tornados nunca vistos. Los meteorólogos no podían precisar el momento y el lugar en que se producirían, pero todos sabían de antemano que habría que cruzar por una zona en que las fuerzas de la naturaleza se desatarían de manera extraordinaria. El comandante de la nave transmitía confianza: el equipamiento era suficientemente adecuado para soportar cualquier agresión a la voluntad de emprender el arriesgado viaje.

Nadie podía engañarse. Todos sabían que poner un pie en esa nave era jugárselo al todo o la nada. La moneda fue impulsada al aire y durante la primera fase de la travesía se le veía ascender, como a cámara lenta, hasta que ha empezado a descender, también en una suspensión demorada, sin previsión de que se aposentará en cara o en cruz. La nave ha seguido avanzando, confiada, por una ruta tranquila, con las incidencias previsibles en la rutina de cualquier vuelo, hasta que, en efecto, se han empezado a hacer visibles las insinuaciones del tornado. Y ya estamos dentro. Peor: todavía no en el núcleo central del tornado, pero ya dentro.

Ahora es cuando echamos en falta no haber visto en su día aquella película, Twister, para saber como acababa. Es probable que acabara bien, como las mainstream americanas, pero, ojo, la realidad imita al arte, suponiendo que Twister fuera arte. Regresemos: No es lo mismo salir de merienda al campo y que te sorprenda el chaparrón en un descampado que saber de antemano que has de prever un refugio para estar cubierto mientras escampa.

Turbulencias previstas.

Se supone que hablo de la política murciana en este tiempo y hora. Todo (casi todo) lo que está ocurriendo estaba previsto. Nadie podía desconocer, empezando por el presidente del Gobierno regional, por su partido y por todos cuantos se embarcaron en este vuelo, que en un momento del trayecto aparecerían los huracanes. Era un apunte básico en el guion. Quien más claramente lo tenía registrado era el propio presidente. Y con él, su equipo de máxima confianza política.

Que Pedro Antonio Sánchez y su Gobierno iban a sufrir unos meses de pesadilla estaba escrito. En todas las agendas, también en la del propio protagonista. La convulsión atmosférica no podía sorprenderle, pues contaba con ella, y para afrontarla se había provisto, no sólo de los chubasqueros correspondientes, sino todavía con más aplicación de protección psicológica. A PAS, quiero decir, no le ha sorprendido que el cielo, para él, se haya encapotado, como si esto hubiera ocurrido de repente, sino que estaba preparado para que ocurriera. Eso significa que su capacidad para la resistencia al fenómeno de las turbulencias está previamente entrenada. Conviene que se suponga.

Es verdad que cuando inició la travesía sólo había un nubarrón en lontananza, oscuro y cargado de electricidad, eso sí. Iba a descargar como el tornado Auditorio. Sin embargo, ya en pleno viaje se unió otra previsión inesperada: el huracán Púnica. Cada uno por su lado contenían la suficiente fuerza de destrucción como para llevarse por delante la Coste Este, pero la confluencia de ambos podría ser todavía más devastadora. Pues bien, en efecto, el pan se cae siempre por el lado de la mantequilla. Los dos casos a la vez, uno detrás de otro, sin tregua ni piedad. Cada uno de distinta naturaleza, pero ambos confluyendo en una supuesta disposición a la arbitrariedad. Una nave que se provee para atravesar la fase de turbulencias quizá resulte demasiado frágil si, a la vez que despeja los vientos de un lado, debe hacerlo también de los que vienen por el otro. Demasiada intensidad en el acoso.

Pero, a la vez, quizá resulte una suerte si es que hay capacidad para sortear dos ataques a la misma vez, pues así se reduce el espacio temporal y se acaba de un solo asalto con la pesadilla. Veamos.

La legislatura de PAS aparece lastrada porque su primer tramo constituye la fase del vuelo que va a estrellarse inexorablemente con el tornado de la imputación en el caso Auditorio, y el segundo, en el que ya estamos a punto de entrada, es el desenvolvimiento contra esa imputación. En el supuesto de que se desempeñara con éxito en este empeño, el desgaste lo dejaría en situación de debilidad para abordar, más adelante, otra defensa complejísima, la relativa a Púnica, y cada uno de estos hitos, aun suponiendo que consiguiera liberarse, de una manera u otra, de las acusaciones, afectarían a la imagen de la gobernabilidad. Por tanto, la confluencia de los previstos huracanes en un mismo espacio temporal, son para PAS una mala y una buena noticia al mismo tiempo. Mala porque por nadie pase, claro.

Y buena porque tiene la oportunidad de atravesar la zona de turbulencias de un solo acelerón, sin esperar a la incertidumbre de una segunda batalla en caso de superar la primera. Si saliera vivo de todas las amenazas que penden sobre él en este tramo central de su legislatura, no cabe duda de que aún, en los dos años que le restan, podría recomponer una imagen que sería implacablemente ganadora.

Al borde del abismo.

Aunque en este aspecto hay que considerar dos posibilidades: se puede salir bien de la tenaza judicial, pero lastrado en cuanto a imagen y credibilidad si se traslada la impresión de apaño o enjuague, véase el caso infanta. Pero hay otro prototipo: Rajoy. Un político que ha protegido a los corruptos, que ha cobrado sobresueldos y que tiene un despacho en una sede que ha sido reformada con dinero negro, entre otras cosas, es hoy, en esta hora de España, el más acreditado referente del electorado, con posibilidades crecientes de ir superando con rapidez la pérdida de su mayoría parlamentaria y restituir, frente a la oposición tradicional y a los fenómenos alternativos al bipartidismo, una solidez por la que nadie habría apostado cuando se abrió el melón del descrédito general de las instituciones una vez que la crisis destapó el velo de la inepcia política frente al determinismo feroz de los poderes económicos y financieros.

PAS, en este contexto, está a punto de hundirse de manera estrepitosa o de revivir con una fuerza como no se ha visto. Dependerá de como atraviese la zona de turbulencias en la que apenas acabamos de entrar y en la que confluyen dos huracanes de potencia terminal, capaces, por arrastre, de llevarse por delante, no sólo al presidente de la Comunidad murciana, sino hasta al propio ministro de Justicia, visto ya legítimamente por la opinión pública como el ‘chivato’ de las componendas de la Fiscalía del Estado sobre la trama Púnica, tal vez instadas por él mismo. De momento, no hay otro sospechoso a la vista que el tal Catalá.

Pero como es difícil que lo que se percibe como obvio se traslade al campo de las responsabilidades políticas, todavía cabe añadir un mayor mérito a PAS, si bien en el contexto de la lógica política, que es un espacio ajeno a la lógica general: los riesgos que el Gobierno central y el PP asumen en la defensa del presidente murciano en boca de sus primeros portavoces (Rajoy, Cospedal, Maíllo, Catalá...), en el fondo vienen a prestigiar la imagen de PAS, y lo refuerza en Murcia como referente nacional, pues en pocas ocasiones el aparato central del Gobierno se ha empleado con tanto entusiasmo en el apoyo a ultranza del jefe político de una autonomía tan relativamente secundaria. ¿Lo harían por cualquier otro en un caso similar, por ser ‘uno de los nuestros’? Tengo para mí que no, por lo que tal vez habría que empezar a deducir las causas reales de esta entrega insólita.

Es hora de abrocharse los cinturones, ya que apenas acabamos de entrar en la zona turbulencias anunciada desde el inicio mismo de la legislatura. Se sabría que en algún momento se produciría esta convulsión, y más que nadie el propio presidente. Pero los espacios de caos, por muy equipados que se esté para afrontarlos, son de imprevisibles consecuencias. Ahí estamos.