Hay zapatos que no se rompen nunca. No pasa mucho. Quizás una vez por generación, por poner un tiempo indeterminado, amplio, de varios años, pero que no es concreto€ ¿Cuándo se pasa de una generación a otra? Cuando hay unos zapatos viejos que no se han roto. Porque lo normal es que los zapatos se vayan rompiendo, en la mayoría de los casos, u olvidando, que es la otra muerte del zapato más común, hasta que se pierden, o desaparecen, o los tira alguien que no eres tú.

Se deshilachan, o se van rompiendo por los agujeros de las cordoneras, se despega la suela, se rompe la lengüeta, se pelan por dentro, se acartonan tanto que ya no se pueden calzar o se arrugan por el empeine y se quedan curvados€ Pero hay unos por generación que soportan todo. Que siguen ahí, en el zapatero, o en la primera fila del armario, y cada mañana te miran a los ojos como diciendo que ellos no se van a rendir. Y tú sabes que no los vas a tirar nunca.

Los que mueren por usados son la ternura máxima. Te han dado su vida completa, sólo para seguir siendo inmortal al caminar€ como en el poema de Juan Ramón Jiménez:

¡Qué alegría este tirar

De mi freno, cada instante;

Este volver a poner

El pie en el lugar cercano

-Casi otro, casi el mismo-,

De donde aprisa se iba;

Este hacer la señal leve,

Segundamente, inmortal!

Y es que tirar zapatos es una de las mayores pruebas del paso del tiempo. No hay muchas cosas que usemos tanto como unos zapatos, cuando los usamos. Supongo que, como todo, hay dos tipos de personas en el mundo, los que pueden tirar unos zapatos sin inmutarse y los que no podemos. Hay algunos que no se puede. ¿Quién puede tirar unas All Star azul eléctrico desgastadas, rotas por los agujeros de los cordones, con las suelas agujereadas y la lengüeta deshilachada? ¿Quién puede? O unos zapatos de cinco inviernos que aún pueden limpiarse, y aunque ya no lucen como aquellos primeros otoños, se ajustan a tu pie como si fueran guantes.

Puedes decidir no ponértelos. Dejarlos ahí€ Y siempre llega algún día en el que te los vuelves a poner, aunque sea para bajar la basura. Ponerte unos zapatos viejos está ahí, en el fondo de esa alegría que es caminar por la vida, por el tiempo. Un día, y otro día. Y otro más. Hasta la inmortalidad. ¿Guardas zapatos viejos? Vale.