Murcia Huerta de Europa. Y tanto. Pero de marihuana. Hay llamadas de Madrid. Que hay mucho cannabis por ahí y que sale de aquí (de Murcia). Hay que reaccionar. Pero una operación es como un cogollo que se fuma: tiene que germinar, tiene que crecer, tiene que segarse y luego secarse. Y está listo para meterle fuego.

Decía el levantino Blasco Ibáñez (¿saben que 2017 es el Año Blasco Ibáñez?) que «desperezose la inmensa vega bajo el resplandor azulado del amanecer, ancha faja de luz que asomaba por la parte del Mediterráneo». Pero aquí el azul era de los coches policías.

Once de la mañana. Una jornada tranquila. Una sucesión de coches zigzaguean por retorcidos carriles de huerta. El cámara y yo nos perdimos en un par de ocasiones. Los encontramos. La policía se había repartido simultáneamente por varias casas de la pedanía de Nonduermas. En todos, un secretario judicial para tomar adecuada acta de lo hallado.

-A mí no me grabes

-No, no.

Tras los gritos iniciales con la mano al cinto al estilo de «¡Policía! ¡Alto! ¡Al suelo! ¡Que te tires al suelo!», llega la lectura de derechos al detenido y el reconocimiento de cada finca. Se relajan los nervios (no ha habido resistencia. A veces la hay) y hacen la inspección ocular.

-¿Qué hay ahí?

-No sé.

-Tienes la llave

-Pues no

-Vale. ¡Traed el mazo!

POM, POM, POM...

Clannnnnn... Puerta abajo. Un resplandor clorofílico cubre los rostros sudorosos de los agentes. Decenas de luces halógenas dispuestas en cuidadosa fila sobre decenas y decenas (500 en total) de plantas de esplendorosa hoja y psicoactivo cogollo. Hay hasta algún rifle («por si alguien les viene a robar esto»).

Joder en lo que se ha convertido la huerta murciana. Ya no hace falta el sufrido labriego que ara con surcos la tierra morena, que riega con el agua reconducida en las rumorosas acequias y cuida cada tahúlla bajo el sempiterno sol meriodional. No. Ahora cultivos indoor. Ahora el paradigma de esta denominada como droga blanda y que tiene una peligrosísima tolerancia social (hasta que la ves en las puertas del colegio de tus hijos) es que se cultiva en interiores, lejos de miradas inadecuadas.

La organización alquila cobertizos o sótanos de extraviadas y perdidas fincas rurales (¡ojo, ojo!, lo del lituano asesinado de Cartagena es lo mismo, había otra plantación) e instala sistemas de riego y potentes aires acondicionados. A cambio de un precio, el dueño de la casa solo cede un espacio o cuida que no falte abono, o ni eso. Y son vecinos de toda la vida. Las plantas se llevan a otro lugar para secar los cogollos y luego, si un kilo supera el brexit y llega a Londres, valdrá 6.000 euros.

Si no hiciera 150 años del nacimiento de don Vicente podría comenzar así La barraca: «Desperezose la inmensa vega con el sonido del ferrocarril circundante, acariciada por las luces de los prioritarios policiales a todo trapo, y embriagada del ardoroso aroma del cannabis sativa».