Cohecho es sobornar a un cargo público: darle un regalito a cambio de que haga o deshaga a tu favor. Malversación es robar el dinero público que nosotros vamos aportando al bien común cada mes, de nuestros impuestos. Prevaricación es tomar a sabiendas una decisión injusta, cuando eres un funcionario público, sabiendo que lo que haces está mal. A veces los periodistas damos por hecho que todo el mundo comprende estos términos que, por desgracia, escribimos casi a diario, pero pocas veces nos paramos a traducirlos. Y hay que traducirlos, por si acaso una sola persona de entre todos ustedes no los entendiese. Porque nos debemos a ustedes. Y ni ustedes ni nosotros nos debemos a los políticos: son los políticos los que, al ser empleados públicos, se deben a todos nosotros. No sólo les pagamos con nuestro dinero: a veces, directamente, nos lo quitan. Y nosotros (jueces, fiscales, periodistas, tapiceros, amas de casa, jubilados y el carnicero del barrio), nosotros somos los buenos. O deberíamos ser siempre los buenos. Este periódico, un compendio de noticias que, estimamos, interesan a todos ustedes, también lo hacen ustedes. Con sus demandas, reivindicaciones, con las historias que nos cuentan porque nos llaman y nos escriben, porque de pronto, o quizás poco a poco, confían en nosotros. Quiero pensar que, al menos de vez en cuando, estamos haciendo algo bien. Si ayudamos a alguien, si damos voz a quien un día siente que no la tiene, si la opinión pública se vuelca con una causa justa, este trabajo tan sumamente precioso vale aún más la pena. Gracias a todos ustedes.