Ah, el amor, el amor... Qué tendrá el amor que a lo largo de la Historia, en todas las culturas, hombres y mujeres han luchado sin cesar por amar y ser amados. Y es que la unión con otra persona es la necesidad más profunda que sentimos los seres humanos. Lo necesitamos para sobrevivir, lo perseguimos por placer, lo buscamos para darle significado a nuestra vida diaria.

De hecho, en las sociedades occidentales, casi todas las personas consideran la relación de pareja un paso esencial para lograr el bienestar, para vivir una existencia feliz. Pero en los asuntos del amor no todo es de color rosa (y más aún en los tiempos que corren), ya que el deseo amoroso, con su gran poder fabulador, va acompañado de un nutrido cortejo de sentimientos: inquietud, miedo, alegría, entusiasmo, celos, tristeza, furia... ¡Un verdadero cóctel!

¿Y dónde estará la clave? Porque debemos reconocer que aunque vivamos en un mundo con grandes avances tecnológicos y nos creamos sabedores de un sinfín de cosas, fallamos mucho y mucho en los asuntos referentes a ese sentimiento humano tan primitivo y esencial. Quizás porque, como decía una sexóloga cuyo nombre no recuerdo, «esperamos milagros afectivos y además de querernos tenemos que desearnos sexualmente». Y ya se sabe que la ceguera de la pasión se cura en un abrir y cerrar de ojos y después€

Lo cierto es que tienen mucha suerte los que saben disfrutar de esta magia. Porque el amor es un arte. Es cierto que se nace con la capacidad de amar, pero su disposición se adquiere, se aprende y desarrolla con la práctica y con el tiempo. El amor es selectivo y requiere que entendamos, conozcamos y nos interesemos de verdad por el ser amado y su mundo. Cuanto más se comprende algo, más se puede amar. Pero esto lleva tiempo. Y supone un aprendizaje.

En una época en la que se da prioridad al hedonismo sería preciso redescubrir el amor romántico y sentimental, el que guarda como un tesoro la afectividad y la ternura. Porque la persona enamorada, sin duda, está feliz, es más libre y completa y su alegría la lleva a integrarse mejor en la sociedad y a participar en el esfuerzo común del progreso humano.

Por eso, quizás valga la pena dedicarle muchos festejos de San Valentín a ese precioso bien, ingrediente principal de la felicidad, que es el amor.