La cita de Vistalegre 2 era trascendental para Podemos, como lo era para la vida política de este país si tenemos en cuenta que, en el corto tiempo de su existencia, la presencia de Podemos ha supuesto una sacudida tanto en la inmovilidad del esquema político como en sus hábitos. Para Podemos marcaba un antes y un después porque lo que tuvo su origen en un movimiento de masas, debía consolidarse como una estructura sólida de partido político. Para ello debía marcar no solo el modelo de organización sino, sobre todo, el camino a seguir para convertirse en una opción con posibilidad de transformación de la sociedad, es decir, en una opción de gobierno. Esta legítima pretensión, sin embargo, encierra ya una paradoja, la de entrar a formar parte de un sistema manteniéndose al mismo tiempo como una opción antisistema. La pregunta es si un sistema se puede cambiar radicalmente desde dentro.

Cuando hablo de sistema me refiero, por una parte, al marco general del capitalismo neoliberal que ha decretado el final del Estado de bienestar y, por otra, al conglomerado nacional de normas y de prácticas acordadas en la transición para la transformación del sistema precedente sin tocar sus fundamentos. El primer componente, de momento, produce desigualdad y precariedad además de espantajos como Donald Trump. El segundo, el de la connivencia de nuestros políticos con el sistema anterior, con la dictadura, explica tanto la corrupción política como la tolerancia ciudadana hacia ella.

Este es el panorama en el que oficialmente Podemos se ha tenido que hacer mayor, en el que ha de instalarse como propuesta creíble para conseguir la confianza suficiente por parte de la ciudadanía que le permita acceder al gobierno y desde ahí, desmontar el complot neoliberal y la corrupción endémica.

La mayoría de inscritos ha optado por la potenciación de la figura de Pablo Iglesias hasta la categoría de líder indiscutible. Tal vez las propuestas de Iglesias sean las mejores o, en términos darwinianos, las más aptas para la supervivencia de la especie Podemos, pero, al margen de ello, hay que reconocer que la ya habitual estrategia de Iglesias de «si no gano, me voy» le ha dado un óptimo resultado. Hoy Iglesias es ya un líder de masas, en realidad, solo un líder de su masa, pues está por ver si ese liderazgo es efectivo más allá del círculo de Podemos.

El mayor riesgo para Podemos el día después de Vistalegre 2 está en que Iglesias y los suyos no sepan administrar su triunfo e inicien una purga, una vendetta contra la opción que ha quedado en segundo lugar, la de Íñigo Errejón. Ello no solo iría contra la voluntad de unidad expresada por los asistentes a Vistalegre, sino que atentaría contra el proyecto Podemos. Sería demasiado burdo utilizar la lógica esgrimida por Iglesias para su hipotético abandono de la secretaría general e incluso de su escaño como diputado en el caso de no salir vencedor absoluto, contra la permanencia de Errejón en la dirección de Podemos, en su función de portavoz o como parlamentario. ¿Por eso Monedero ya le ha pedido un gesto 'inteligente'?

Sería un primer y grave error, porque, como ha recordado Miguel Urbán, una cosa es la unidad y otra la uniformidad.