Casi el 50% de la población española. El 45% del Producto Interior Bruto (PIB) de nuestro país. El 47% del tejido productivo. El 46% de la ocupación laboral de todo el Estado. El 51% de los bienes que exporta España. Esto es lo que representan en cifras las comunidades del llamado Arco Mediterráneo español: Cataluña, Comunidad Valenciana, Murcia y Andalucía. Unas cifras no por repetidas menos ciertas y que reflejan con demoledora contundencia la sinrazón de que, a punto de cumplirse las dos primeras décadas del siglo XXI, la comunicación ferroviaria entre ellas, ya sea para la circulación de pasajeros como para la de mercancías, y su conexión con Europa, siga siendo un damero maldito, con tramos propios del siglo XIX, otros infrautilizados por la falta de inversiones y otros directamente inexistentes.

En 1997 se inauguró la línea de Euromed entre Barcelona, Valencia y Alicante, que debía unir la segunda, tercera y cuarta provincias de España en población a 220 km/hora. Veinte años después, la falta de voluntad política de los sucesivos gobiernos para invertir en una infraestructura considerada imprescindible y estratégica por todos los organismos internacionales, empezando por la Unión Europea, ha hecho que difícilmente se superen los 118 km/hora de media, que haya tramos en los que ni siquiera se alcancen los 70, que los cuellos de botella hagan el trayecto insufrible y que la línea siga sin pasar de Alicante hacia el sur, manteniendo en la práctica desconectadas a Cataluña y la Comunidad Valenciana de Murcia y Andalucía, y a estas dos últimas entre ellas. Eso, en lo que se refiere a los pasajeros, porque el estado de las líneas hace que el transporte de mercancías siga teniendo como única salida válida la carretera, con la pérdida de competitividad y los costes de todo tipo -socioeconómicos y medioambientales; para las empresas y para los ciudadanos que costean con sus impuestos y los peajes las carreteras y las autovías- que ello supone.

Harta de promesas que nunca se cumplen y retrasos injustificados, la sociedad civil de las distintas comunidades afectadas ha comenzado a movilizarse en demanda de un compromiso firme en la construcción del Corredor Mediterráneo ferroviario de Alta Velocidad. Un corredor que no es ningún invento de los empresarios, las asociaciones cívicas o los gobiernos autonómicos que lo reclaman, sino que figura desde hace décadas en los planes del Ministerio de Infraestructuras y es considerada una obra prioritaria por la Unión Europea, pero que los gobiernos de Madrid siguen sin acometer. Un corredor que debe permitir unir de una vez a cuatro de las comunidades de mayor peso poblacional y económico de España entre ellas y con Europa mediante una doble plataforma de Alta Velocidad para pasajeros y mercancías. El conocido como 'tercer carril', que el Ministerio comenzó a instalar en medio de serias dudas entre sus técnicos y de los expertos y una fuerte polémica, y que pretende permitir que en algunos tramos los convoyes puedan pasar del ancho ibérico al internacional, solo ha demostrado hasta ahora ser un parche que da más problemas que los que soluciona y consume recursos, pero en todo caso únicamente puede ser visto como algo provisional.

Empresarios de todas las comunidades afectadas se reúnen hoy en Tarragona para dar visibilidad a sus demandas. Antes lo hicieron en el simbólico núcleo ferroviario de La Encina y luego se concentrarán en Murcia y Almería para volver otra vez, a finales de este año, al punto de partida de La Encina. El Gobierno tiene que escuchar su voz y actuar en consecuencia. Ni los intereses partidistas (el PP solo gobierna una de las cuatro comunidades del Mediterráneo) ni el secular centralismo de nuestro país, donde todas las redes estratégicas de comunicación tienen su zona cero en Madrid, ni todas esas tácticas paticortas que desde la capital del Estado se tejen y destejen a diario supuestamente para evitar que el movimiento independentista catalán se extienda hacia el sur, tienen sentido alguno aquí. Son las personas y el desarrollo económico y social lo único que importa. Y para que éste pueda garantizarse, el Corredor Mediterráneo es imprescindible. No es una apuesta solo para hoy, es para el futuro. Así que al presidente Rajoy le toca hacer política con mayúsculas, que es aquella que parafraseando a Churchill no piensa en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones.