No descarto en algún momento abrazarme a un árbol, tal y como he visto por ahí a algún amigo de mi grupo senderista amante de la arboterapia. Yo particularmente prefiero sentir otros latidos, pero es cierto que los pinares forman parte de mi infancia vallisoletana. A por algún nido me he subido y hasta me animé en una ocasión a tirarme en tirolina entre uno y otro ejemplar haciendo el mono, que también relaja. Me parece estupendo, por tanto, que el Grupo Popular haya planteado una proposición de ley del Patrimonio Arbóreo Monumental de la Región. Mientras poda otros derechos preservará a los árboles. Igual ellos también, desde su niñez, llevan grabado el célebre dicho «el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija». Un refrán que constituye todo un modo de vida. Quizá por eso es entrañable la foto de un buen número de diputados populares a la sombra de una de los grandes árboles que se han salvado de la depredación urbanística en nuestra Región. No seré yo el que insista en unir sombra, política y urbanismo. No buscaré ramificaciones de ningún tipo ni varearé la plaga de la corrupción, pero quizá la maravillosa iniciativa para salvar los árboles les impida ver el bosque. Necesitaría todas las hojas de este periódico para relatar lo que también necesitaríamos salvar, al menos con igual protección: educación y sanidad públicas, contratos dignos, pensiones de calidad, igualdad, libertad de expresión, cultura, medio ambiente, atención a las personas dependientes, lucha contra la pobreza? etcétera. No pido peras al olmo ni voy a soñar con que los árboles se conviertan en amables monstruos que abran los ojos a los que viven instalados en su copa particular; pero, al menos, no nos ofendan con bucólicas imágenes de ecologistas de salón. Aquí lo que falta es más madera y cuidar el árbol del estado de bienestar, que ese sí está en peligro de extinción.